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Domingo, 01 Noviembre 2015 16:59

Los unos y los otros

Escrito por Matías Gonzales Gava

 

En el 2010 el coreógrafo Juan Onofri emprende un trabajo con adolecentes de la Casa Joven de González Catán. Esto dio lugar a la gestación del grupo de investigación KM29, y su primer obra “Los Posibles” en el 2011. El segundo trabajo del grupo, “Duramadre”, evidencia tanto una maduración de sus integrantes, como  la fusión entre los miembros de Catán y los otros, quienes atravesaron procesos de formación formales.

Duramadre es una obra altamente física, sin embargo no se pregunta sobre el cuerpo, trasciende lo material y nos sumerge en el terreno de las emociones. Los bailarines viajan a través de estados  que se revelan en cuerpos que se tensan, chocan,  muchas vibraciones y una trama de conexiones que nos  hace sentir la energía colectiva que nos golpea fuerte,  a nosotros, los de afuera.

Seres enmascarados  que se quejan,  pero no se quejan  los cuerpos, son  las almas que gritan. Los cuerpos se tensan traduciendo una irritación interna. Las máscaras borran el rostro modelado por el aspecto social, ocultando la simbología  de la cual nos servimos para cargarlo de significados que nos alejan o nos amontonan.

A pesar que la cara es el principal elemento de nuestra identidad,  al descubrirse los rostros se anulan las individualidades en escena.  Ellos se van fundiendo hasta  crear un único organismo, una masa, y ésta magnifica aún más el grito.

En ambas obras  de KM29 encontramos una constante de elementos, que permiten entrever un rumbo  en las investigaciones, dando lugar a un estilo propio.  A pesar de este universo compartido, en Duramadre, el discurso se construye fundamentalmente a partir del movimiento y el sonido, atenuando  -en oposición a Los Posibles-, el valor de la escenografía y el vestuario como creadores de sentido.  La danza como la principal generadora de emociones, la transpiración como un manifiesto  frente a la danza conceptual.

El origen de los bailarines de Catan acertadamente  ya no está subrayado,  sus presencias superan el hecho de ser los otros, frente a los siempre tan repetidos nosotros. El ojo no percibe la diferencia  superficial y puede surgir  esa otra cosa, que no sé cómo se llama, pero sospecho que es condición para que el arte suceda.  

Nosotros y los otros, categorías jamás estancas, somos  parte de ese todo que grita, igual que el ser de mil cabezas que Duramadre puso en escena,  y que se vuelve mansito ante un poco de gentileza  y unos acordes tecno- tropicales.