Una luz. Una maquinaria. Un ovni. Llega, irrumpe, ilumina y deja ver al tiempo que oculta partes de lo que muestra. Podría ser la luz de los huesos de todos los muertos en la noche. Una clarividencia, un objeto que conoce y nombra, aparte de alumbrar el cuerpo, lo explora, lo cartografia. Puedo ver tus huesos. Carne, músculos, blandura, humedad. El cuerpo de un hombre yace en el suelo. Una luz recorre su contorno. Ilumina, hace juegos de luces y sombras, claroscuros, una escultura griega expuesta al movimiento del sol, la historia del arte condensada, desnudo. Sin embargo, como dice Meillassoux: "Sin cosa capaz de suscitar la sensación de rojo, no hay percepción de cosa roja" y aunque esa percepción no sea directa, esa percepción es. Percibo tus huesos. La carne, la piel, los pelos, las prótesis, las uñas, la sangre, la densidad visceral, me impiden llegar a verlos. El movimiento del cuerpo, sin embargo, me habilita a tirar una flecha y, así, atravieso la materia. Y es que si lo sensible es la relación: "no estás simplemente "en mi"…