Como aire de mar, la vida transgeneracional de una pareja se dispersa en escena. Dos dúos cruzados, intercambiados, van delineando el aprendizaje de una relación que perdura a lo largo de muchos años, revelando lo que en el cuerpo se hace huella tras la inevitable linealidad del acontecer material en el tiempo (arrugas en la piel, abdomen con mayor protuberancia, canas que recubren el cabello, miradas profundas y reflexivas que demuestran trayectorias añejas). La acumulación de vivencias, que contrasta y une simultáneamente las formas de ser en el presente con las del pasado, vuelca sobre el fondo estival una especie de contrapunto cinético: el movimiento de un cuerpo responde enlazadamente al impulso de otro, entre la tensión y la relajación, entre la apertura y la introspección. Como un juego de espejos (¿anti?) cronológicos, los cuerpos se reconocen a la vez que se excluyen, marcando focos de encuentro y desencuentro en la construcción de la propia mirada sobre el propio trayecto, valga la redundancia. Las escenas por momentos son como retratos, siendo el movimiento sólo una transición hacia una nueva figura:…