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Lunes, 26 Junio 2017 21:37

En Convivencia DoceVeinticuatro - Segunda Cuadernos de Danza SEMANA 4

Escrito por Cecilia Mazza, Carolina Villa y Facundo Nahuel Aguirre.

 

Texto de Carolina Villa para "La deconstrucción del intérprete", Seminario coordinado por María Kuhmichel, en el marco de la segunda edición del programa de entrenamiento escénico 12/24. 

Hacer imposible un simple gesto

Todo empieza con una pregunta. ¿De qué tengo ganas? Veo esas palabras anotadas en un extremo del salón. Luego esa pregunta se multiplica en el espacio y resuena en los cuerpos generando nuevas preguntas. Siempre que hacemos cuerpo un ejercicio también hacemos cuerpo una pregunta. ¿Qué sucede entre un movimiento y otro? ¿Cómo dosifico mi energía? ¿Qué es la transición? ¿Cómo deformo la precisión? La exploración es infinita, pero dentro de esa vorágine de materiales físicos que se expresan para dar lugar a la investigación personal, hay algo que ordena, que condensa, que vuelve a un punto de partida. La pauta. Ya sea el tiempo, las figuras espaciales, la cuenta interna, todo construye un sistema determinado y preciso,  que se proyecta en todos los cuerpos y los habilita a la transformación.

En este tejido, la escritura es otra invitación a deshacernos, a recalcularnos, a volvernos a mirar de adentro hacia afuera. Cada vez que escribimos algo que nos remite a una experiencia estamos pasando otra vez por esa experiencia. Dándole voz a aquello que percibimos en un primer momento como caótico. En ese caos la palabra ¿ordena? Otra vez la pregunta. ¿Es necesario buscar la comodidad y lo orgánico en una estructura determinada? Mientras trato de responderme también intento ser y estar permeable. Resonar con el movimiento circundante, de mis compañeros y compañeras, del espacio, de la voz de María. Todo entra en esta capa de mi piel. Todo es posible de este lado de mi piel. Del otro lado, incertidumbre. Me permito bucear en el tiempo y su devenir, me propongo mantener la pregunta del principio. Y María nos sostiene desde el otro rincón con su voz chispeante, inquisidora, esa voz que nos invita constantemente a seguir cuestionándonos ¿Puedo tomar todo del otro? ¿De dónde surge lo nuevo? ¿Puede todo mi cuerpo estar completo en una calidad? Para seguir en este viaje de deshacernos en lo individual y en lo colectivo, hacia lo más mínimo de nuestras posibilidades para entender y transitar lo máximo de nuestras capacidades.

¿Puedo transformarme en otra cosa? Desde una imagen de “algo” que me toma por dentro como un virus que se expande a partir de un órgano, los intestinos, por ejemplo. ¿Cómo me toma el cuerpo para que devenga en otra cosa hasta modificarme completamente y caminar, mirar, percibir el afuera como algo que ya no soy yo? ¿Cómo puedo ser yo y no ser yo al mismo tiempo? Me observo mirando de una manera completamente nueva hacia objetos en el espacio a los que no suelo prestar atención, abro más la mirada y me entra nueva información. Esta información alimenta y reconfigura mi nuevo estar en el espacio. Desarmo. Paso a otra cosa. Otro estado. Otra forma de habitar el espacio interno y el externo.

María observa y habilita la palabra, la inquietud que surge en cada propuesta, en cada abordaje de lo que vamos a hacer, como si ella misma ya hubiera pasado por toda esa experiencia tantas veces que su sola pregunta ya es cuerpo, materia, composición, construcción.

Caminamos a tiempo, nos movemos a tiempo, cada micromovimiento se despliega en una cuenta rítmica rayando lo obsesivo para ajustar la precisión y la decisión de lo que estamos componiendo como una unidad discreta. La música presente como un elemento que propone nuevas configuraciones internas y externas. Una herramienta potente que el intérprete puede tomar a su favor para abrir mundos,  generar un paisaje donde el ritmo se vuelve un objetivo concreto que hace que el cuerpo adquiera tono para aumentar la precisión. O unas cuerdas que me detonan el corazón llenándolo de agua en un momento que realizamos una ¿simple? acción: demorarnos en sacarnos una prenda, cámara super lenta, y no importa la prenda, son las manos, los brazos, los músculos dorsales, la respiración, el pulso, el tono, abdominales, caderas, todo el cuerpo inmerso ahí, y otra vez mi mirada cambió.

En la vinculación con el otro esto se complejiza un poco más, la dirección o la decisión es algo que se construye de a dos a partir de un punto de contacto. ¿Y cuando somos más de dos? ¿4, 5, 6? Se dificulta la percepción de estas posibles direcciones. De repente mucha información. Recalculo. Vuelvo al punto cero. Intento. Fracaso. Vuelvo a intentar. Fracaso otra vez. Recalculo. No abandono. Acepto que no logro seguir esta pauta, pero me propongo trabajarla en mi danza “libre”, pregunta ¿Qué es danzar libre? ¿Es sin sentido? ¿Sin inquietud? ¿Sin curiosidad? ¿Sin hambre de investigar? María nos vuelve a interpelar: cuando bailen libre busquen internamente desde qué lugar van a bailar, si necesitan hacerlo desde las articulaciones, bueno, entonces que toda su danza esté impregnada de eso. Que exista eso interno que los atraviesa y salga para afuera. Yo me pregunto ¿bailamos por bailar? Que difícil todo, bailar para disfrutar, bueno si, pero eso también se puede indagar internamente: ¿dónde encuentro el disfrute en mi danza libre? Acechar el placer, esa sería mi danza. Pero yo no me propuse eso ese día, me propuse otra cosa, sólo que ahora al escribir sobre la propuesta de María me surgen nuevas preguntas, nuevas búsquedas, siempre se puede un poquito más.

Observo todo, me observo a mí misma. Todo lo que fui deconstruyendo de mí,  de cosas que daba y doy por sentado al momento de bailar o interpretar. ¿Cómo hacer mínimo todo lo que soy y despliego en el espacio? ¿Cómo transformarme con todo lo que soy y todo lo que tengo? ¿Cómo generar infinitamente más material a partir de mi material finito? ¿Cómo entrar en un estado completamente otro a partir de quedarme en la pauta mucho tiempo? Porque la obsesión por quedarme en una pauta me permitió mantener estados concretos. Cada vez que me “iba” del trabajo inmediatamente recalculaba y de cero volvía a la pauta. Ahí me encontré en estados de trance inexplicables que me habilitaron otros lugares interpretativos para sostener “algo” que no sé bien qué es, pero se sostenía sin resistencia, con mucho placer como si pudiera quedarme en ese lugar a vivir. ¿Hay algo mágico en esto?

O tal vez a mí me gusta pensar que es así, que María es una chamana y que yo me subo al viaje musical. Pero la verdad es que somos personas comunes que hacemos cosas comunes con música de fondo. Lo singular es que eso que percibimos como común lo llevamos al extremo, tanto que podría decir que se movió mi punto de encaje, citando los libros Castaneda, mi forma de percibir, de abordar el mundo, el pensamiento se funde con el intento. Es muy metafísico ya sé, no me voy a meter con eso. Aunque me gusta. Es mi sensación luego de esta experiencia con María, una sensación muy particular de mantener la acción hasta sentir que estás en un túnel, que de pronto todo alrededor va perdiendo luz y lo único que brilla es el foco de la mirada abriendo el espacio solo con la vista, como aclarando lo oscuro y ahí no hay tiempo, no hay incomodidad, no hay juicio, como meditar. Recuerdo todo esto y vuelven a acecharme las preguntas: ¿Cómo llegar al extremo? ¿Cuánto es lo mínimo que puedo hacer? ¿Dónde está mi atención? ¿Qué me interesa de todo esto? ¿En qué momento terminaré de escribir esto? ¿Hay un fin? ¿Qué es el fin? ¿Es algo que decido? ¿Lo determinan mis ganas? ¿Y de qué tengo ganas?


 

Texto realizado por Facundo Nahuel Aguirre para “La deconstrucción del intérprete”, seminario coordinado por María Kuhmichel, en el marco de la segunda edición del programa de entrenamiento escénico 12/24.

PREGUNTAS

Por ¿Qué es esto?

¿Por qué me muevo?

¿Cuál es mi movimiento?

¿Cómo llego al extremo?

¿Cuál es mi límite?

¿Cómo ser honesto con mi movimiento?

Preguntas y más preguntas, figuran en un afiche de papel madera que empezamos a elaborar desde el primer día. Muchas veces sin respuesta. Eso es lo interesante del artista, perseguir un sinsentido quizás.

Hace poco un profesor recordaba, “el artista es obsesivo”. Para algunos parece una carga, pero la necesitamos para no perder nuestro juego. ¡De eso se trata! De no perder el juego y la curiosidad, como un niño que explora, imagina, anhela y construye.

Para eso necesitamos repreguntar y repreguntar, es lo importante aunque caigamos en el más nefasto de los errores. María Kuhmichel, dijo uno de estos días: “exploremos en profundidad hasta el más simple de los juegos. En él hay muchas sorpresas pero para encontrarlas hay que profundizar.”

Yo reniego de quienes impostan en escena, sin embargo, creo que al adentrarnos en el movimiento seremos más honestos con lo que hacemos, incluso en la precisión que la técnica nos exige. Entonces en vez de pretender ser, nos metemos en las propuestas y somos nosotros usando la curiosidad, si se agota inventemos otra cosa y le encontraremos la vuelta.

¿Por qué me muevo?

¿En qué pienso cuando me muevo?

Siguen apareciendo sin cesar preguntas que intentamos responder. Por eso bailamos. Por eso vivimos, si nos detenemos y si dejamos de indagar en lo que nos mueve, caemos en la nada.

Aún en la quietud, pienso, miro alrededor y observo que todos investigan su interior. En la quietud, percibo mis órganos moverse, mi piel respirar y un animal que crece por dentro que quizás explote llegando a niveles inimaginables. Pero para llegar a ese límite debo seguir indagando, buscando formas, ritmos, relaciones con lo que ocurre alrededor. Escuchando todo el movimiento.

Somos honestos si seguimos en la duda, si seguimos moviéndonos con preguntas.

Me muevo, luego existo.

 

Llegamos a ser el animal que nos pedía María pero el imaginario se escapa y aparecen nombres como virus, estatuas, videoclip, sillas, golpes, Graham, etc. Todo en dos juegos simples que nos desafiaron a superar la simpleza y adentrarnos en elementos que, tal vez sin saberlo, pasábamos por alto. Pero para eso debemos preguntar y no abandonar las incógnitas que nos animan a bailar.

 


 

 

Texto realizado por Cecilia Mazza  para “A la Calle”, seminario coordinado por Martín Seijo, en el marco de la segunda edición del programa de entrenamiento escénico 12/24.

¿Cuántos sentidos despliega la ciudad?

Camino por el barrio de Montserrat, mis pies están fríos y encuentran en el cemento  una superficie imperfecta donde es imposible descansar. La calle sobrestimula al cuerpo ¿Qué hacer con eso? ¿Dónde guardo todas las ideas y  percepciones? ¿Con quién las comparto?.

Por suerte no estoy sola. Salgo a la calle, como cazadora, en busca de imágenes no sólo visuales. Imagino y percibo un tapado de piel viejo con olor a humedad, me encuentro con olores de hoteles enfrascados y carísimos. Me los quiere vender una mujer con voz muy finita.

Encuentro el sabor de la harina y el azúcar en mil formas en mi boca. El olor del café, el olor a basura, a nafta y a perfume importado. No hay espacio para el silencio. Los cuerpos son volúmenes a los que esquivar. Yo igual suelo ser de las que miro a los ojos, buscando la complicidad efímera de algún paseante.  Con el riesgo que conlleva la mala interpretación de una mujer que mira a los ojos. Miro y me miro mirar a través de los vidrieras.

Sigo mirando, encuentro conversaciones ajenas (-lo logramos mi amor!), un salto, una sonrisa, un hombre durmiendo en la calle. Obreros, hombres trabajando, carteles que señalan a los hombres trabajando, carteles que señalan a las máquinas trabajando.

El Vamos como autómatas. Nos hacemos corazas para no sentir. Para no ver. Sin embargo, la calle es nuestra. En ella está todo lo que somos y lo que no queremos ser. La calle es la memoria viva de la comunidad. Si pasa en la calle, la acción sucede. Es un escenario ideal.

En la calle está todo presentado para ser visto. Incluso aquello que se quiere ocultar.

Una  artista cazadora de estímulos. Salgo con la red. Entran y se escapan miles, vuelvo a recorrer esas mismas calles y todo cambia. La acción está ahí ya sucediendo. Vuelvo a anotar en un cuaderno, este ejercicio simple, de ir en busca de lo que ya está ahí esperando, lo que me hace reaccionar. No buscar la afección ajena. Buscar mi afección. Sigo la pauta.

¿Qué es una performance? Decido no meterme ahí. Creo que ya no me importa (o me hago la que ya no me importa para poder seguir haciéndome preguntas y no aburrirme). Entonces decido seguir caminando. En vez de sumar información, opto por quitar información. Despejar la cancha para poder ver más.

El último día salimos en grupo, todos con los ojos cerrados, menos yo, un atento lazarillo que comanda el viaje. La gente nos mira. Somos raros, sonrío. La gente nos habla, nos saca de nuestro lugar seguro. Allá afuera es tan cerca. Todo está sucediendo allá.  Sólo hay que saber seleccionar intuitivamente qué imágenes nos producen una afección.

Hay sirenas, deseos, bocinas, gente que canta, ruido a máquinas, gritos, motores, perros, pájaros, iglesias con agua bendita, incomodidad, edificios históricos, aires acondicionados, cámaras de seguridad, gorras, ansiedad,  sombreros, zapatos, caras, narices, pistolas, furia, botellas, polleras, adoquines, bebés, semáforos, gente llevando sillas, basura, malestar, olor a nardo, borrachos, bombones.

La calle nos desborda, pero a la vez nos contiene.

Por suerte no estamos solos. Durante esta semana junto a Martín Seijo, construimos una complicidad compartida para activar una mirada abierta, habilitando la sorpresa, buscando maneras de intervenir en el entramado de un barrio hiper-semiotizado, con la libertad que genera la ausencia de dogmas y definiciones conceptuales de aquello que llamamos arte.