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Domingo, 09 Agosto 2020 20:07

Hasta que la muerte nos separe

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Los médicos dijeron corticoides todos los días de por vida. Dijeron que era muy peligroso que no los tomase. Dijeron que podía morir. Dijeron que no engordaría. Dijeron que podría seguir bailando. Dijeron que dejase de bailar. Mi cuerpo dejó de estar disponible. Dejó de tener energía. Subí 20 kilos.

 

Dijeron no hay bailarines obesos.

 

Esa es mi muerte.

 

Tardé años en preguntarme. ¿Qué autoriza a un médico (ser mundano, como cualquier otro) a suponerle al otro la imposibilidad de curarse? ¿Qué experiencia de su cuerpo tiene este “Dios” que nunca ha bailado?

No podré responderme eso pero sí referir a lo que me incluye en esa autorización de su saber sobre mi cuerpo: el miedo a la muerte.

¿Entonces de qué hablamos cuando hablamos de ciencia? ¿De qué hablamos cuando hablamos de las formas de cura? El pensamiento médico tradicional se ha vuelto un pensamiento hegemónico que hunde sus raíces en una moral que niega bajo el nombre de cientificidad.

Con “voluntad” de preservar mi vida, me acorralan a un tratamiento que lo único que hace es alejarme de ella, de los espacios donde transcurre, de las personas con las que comparto el mundo. En mi análisis, hablando de la peligrosidad del hecho de que no tomase los corticoides me argumentaba, justamente, que para mí era más peligroso no poder bailar. Y llegado el caso prefería vivir con el riesgo para poder continuar con mi danza. ¿Qué hace un bailarín cuando no puede bailar? 

Ante la pregunta de Hamlet, no hay vacilaciones, pero como dice Liliana Felipe “al menos nos hemos ganado el derecho de decidir cómo queremos morir”.

Es habitual escuchar sobre alguna afirmación “está comprobado científicamente”  como la marca de hierro en el culo de las vacas, como si eso no fuese también un “como si”. Como si la ciencia no la hicieran los humanos. Papers “lo demuestran”. Lo que no dicen es que, la mayoría de las veces la muestra representativa es de sólo 300 personas que generalmente son w.a.s.p (protestantes, blancos, anglosajones) o de la “etnia” a la que quieran endilgarle alguna etiqueta. En el caso de no serlo, son elegidas específicamente para fundamentar la hipótesis con la que generan el estudio. Es decir, no hay investigación, sino que se plantea una hipótesis a la cual se busca corroborar por medio de métodos que intrínsecamente implican el problema y su respuesta por lo que nada tiene que ver con la realidad psíquica del sujeto sino con la del investigador (si, porque la tienen). Sí, la ciencia la hacen humanos, parece una novedad, estos seres que a veces no se dan cuenta de una gran limitación. Las palabras son perras negras, la experiencia corporal de un acontecimiento es intransferible.

Existen mecanismos que nos hacen creer que el cuerpo es algo distinto que la mente, que el lenguaje es claro y distinto, que existe la objetividad.

La impotencia de la imposibilidad de asumir que hay cosas que no sabemos, que hay algo del otro y de uno mismo que siempre nos quedará inaccesible. Dice Lacan en el seminario XXIII:

"El parlêtre adora su cuerpo porque cree que lo tiene. En realidad, no lo tiene, pero su cuerpo es su única consistencia ‒consistencia mental por supuesto, porque el cuerpo a cada rato levanta campamento" (1)

Pienso, entonces, nacemos con un cuerpo. Pero, ¿a qué cuerpo nos referimos cuando hablamos de cuerpo? Quizás innominable, quizás irreductible a una definición. Es el cuerpo de una experiencia, que es singular y fácilmente puede ser captada por imágenes ideales. ¿Cuántos cuerpos tenemos durante la vida? ¿Cuántos cuerpos perdemos?

 

Nadie escapa al cadáver…

 

Que no se malinterprete, no intento negar los avances de la ciencia, ni mucho menos negar aquello que puede ayudar a salir de una situación de enfermedad. La pregunta es: ¿cuán acertada es una práctica que por su valor de ciencia, despoja a los  sujetos de los espacios de identidad y placer? Y peor aún de su propia escucha en el síntoma. Una crítica recurrente a Freud es que el psicoanálisis no es una ciencia, ¿qué queda del sujeto para la ciencia cuando para los médicos el cuerpo y su experiencia quedan sólo subordinadas a su saber “objetivo”?    

Cuando le digo a los médicos que soy bailarina no me creen por algo que se les hace muy evidente, mi obesidad. Obesidad que tiene sus raíces en las prácticas erradas que han impartido en mi cuerpo y a las que he respetado sumisa. Por experiencias con otros bailarines, colegas con los que comparto aún la danza, a veces siento y pienso que eso no debería ser un obstáculo para una profesión que tengo desde mi infancia. Siempre recibo un reconocimiento de la técnica y recorrido que me habita. Por otro lado, comprendo la conmoción que en mi tampoco ha sido resuelta.

Hace un tiempo me encontré con un colega que no veía desde mi adolescencia, que al verme gorda me dijo “Pero, ¿no seguis bailando, no?”. En un tono bastante singular. Cuando le comento que estaba haciendo improvisación, me respondió: “¡Ahh sí, eso para vos está bien!”.

Ante esta escena, por un lado está mi historia personal, mi posición subjetiva, que se ha entramado convenientemente con el villano de turno al igual que lo hice durante mi infancia y adolescencia: la técnica clásica y moderna y los efectos subjetivantes de su microfísica. Por el otro, las representaciones sociales que “lo gordo” implica para el común de la gente, obturan la idea de que todos los cuerpos pueden bailar.

Quiero decir, no soy responsable de mi obesidad pero sí de mi presente y de las decisiones que puedo tomar en un campo que considero mi casa, mi historia, mi cuerpo, que es la danza. En cierta parte expulsiva, en cierta parte inclusiva.

Es cierto que no siempre he sido obesa y que espero esto sea sólo un pasaje por la enfermedad que transito, transité o Dios sabe qué. Lo que me empuja a la pregunta: si realmente hay una inclusión de la diversidad de los cuerpos, ¿por qué deseo volver a ser delgada para bailar?

Vivenciar el cuerpo es también una cuestión de interpretación. No es una oda a lo que es “unomismo” sino el lazo, ese lazo en diálogo con otros en el que construimos un cuerpo por el cual podemos afirmarnos en sensaciones, que la medicina más ciertos ideales de la danza se empeñan en negar. Bailar es una experiencia que obliga a ponerse en contacto con un cuerpo real, actual, que no es el cuerpo de la medicina y que, sin embargo, nos devela datos, información sobre anatomía y funcionamiento de nuestro cuerpo a nivel de sus singularidades orgánicas.

¿Cuál es el lugar de la responsabilidad que tenemos respecto de nuestra salud los bailarines?¿En qué sentido podríamos conectar con algo cuando bailamos que nos permita de algún modo hacernos responsables de nuestros síntomas?

Escuchar la propia danza como aquello que está aconteciendo, en lo posible sin valoraciones, es un camino hacia la responsabilidad que, en el mejor de los casos, habilita la decisión y el deseo.

No es cuestión de hacer de la danza una panacea de beneficios y de inclusión ni tampoco restarle la importancia a los espacios que habilitan la escucha del cuerpo en todos sus sentidos y variedades, al menos en los que podamos percibir. Eso será una experiencia particular. Experiencia que sólo es posible de recortar en su propio recorrido.

El trabajo que hacemos cuando bailamos va más allá de lo anatómico y no por ello lo desestima, ni arma montañas con una sensación. Se orienta a escuchar lo que viene del cuerpo, asociarlo, interrogarlo, desarmarlo, encontrar estrategias para bailar con eso. Esto es la cuestión técnica. Esa escucha nos permite registrar momentos en los que el cuerpo hace síntoma, percibiendo diferencias mínimas, datos que los médicos generalmente desestiman y que podrían ser claves para orientarnos.

 

Sin duda que sanar quizás no es posible

 ya es una complejidad.

Sanar no siempre sólo a través de la medicación.

Sanar no es eliminar el síntoma.

Sanar es con otros

Sanar es saber hacer con.

Quizás un imposible...

No sabemos

Mejor Bailemos 

 

 

NOTAS

Lacan, J., El Seminario, Libro 23, El sinthome, Paidós, Bs. As., 2006, p. 64.

 

Fátima Sastre

BAILANTE como una posición. Bailarina, Psicoanalista, Psicóloga social en trabajo corporal expresivo.  Creadora de DANZAPSI “Análisis psicoanalítico del sujeto  del movimiento”

Multipontecialite (Renacentista según la psicología de la personalidad) La curiosidad y el deseo constante por seguir conociendo me mueven.

Escenarios. Danza. Autogestión. Investigación. Docencia. Clínica Psicoanalítica.  Fotografía. 

Participa en Segunda como editora porque creo en/con  las palabras, me identifico en sus búsquedas y la libertad con la que es posible abordarlas. 

 

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