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Ph. Merce Cunningham, 1958 

 

Es su intento supremo... Gira y todo lo que es visible se desprende de su alma... Mira... Gira... Un cuerpo tiene, por su fuerza y por su capacidad de actuar, el poder suficiente para alterar profundamente la naturaleza de las cosas. Capacidad que el espíritu obtendría en sus especulaciones y sueños. 

Paul Valéry

 

El cuerpo del "mundo".

En el mundo de la danza, la impronta cartesiana, que atraviesa las concepciones del cuerpo en las sociedades occidentales, se manifiesta claramente en la idea habitual de éste como un mero instrumento. El cuerpo ha sido pensado como una cosa, un elemento no propio que debe ser entrenado y disciplinado para operar eficientemente y responder a las necesidades de movimiento que demandan los coreógrafos. Por ello, los saberes que más han proliferado en la enseñanza de la danza han sido los estudios científicos, entre los que destacan los enfoques anatómico y kinesiológico.

La imagen del cuerpo sobre la cual se han construido estos planteamientos es la de una materia biológica cuyo conocimiento permite volver más eficiente su funcionamiento. En consecuencia, las nociones de conciencia corporal y cuerpo vivido han sido relegadas a un segundo plano y, en algunos casos, completamente ignoradas. Es cierto que existe un interés creciente por desarrollar los aspectos expresivos y creativos del bailarín, aspiración que no se puede alcanzar sin una mínima percepción del cuerpo como propio. En la práctica, sin embargo, la obsesión por la técnica ha llevado a los docentes, especialmente a los iniciados, a centrar su atención en el alumnado como un ente ajeno a la materia del que ha de surgir un producto virtuoso.

Contrariamente a este dualismo cartesiano y a cualquier concepción del cuerpo como objeto, la fenomenología postula que los seres humanos no pueden ser entendidos simplemente como cuerpos o mentes, sino como sujetos encarnados que viven en el mundo en un proceso de cambio continuo (1).

Merleau-Ponty, en su famoso estudio sobre la percepción, afirma que el cuerpo no es un objeto, sino que actuamos en el mundo como seres corpóreos. Mente y cuerpo no son dos sustancias relacionadas, sino un todo integrado, de modo que no tengo cuerpo: soy mi cuerpo, existo como cuerpo. Así concebido, el cuerpo del bailarín deja de ser un "instrumento" para convertirse en "un lugar: un lugar de pensamiento, de manifestación, de experiencia" (2).

Para la fenomenología, el ser humano conoce el mundo por experiencia: es su entorno natural y el campo de sus pensamientos y percepciones. El humano está en el mundo, lo habita y al hacerlo lo conoce: "el mundo", dice Merleau Ponty, "no es lo que pienso sino lo que vivo; estoy abierto al mundo y me comunico con él, pero no lo poseo; es inagotable” (3). El sujeto no sólo registra el conjunto de percepciones, sino que interviene en ese universo y las experimenta “en-medio-del-mundo”. El mundo no es simplemente un conjunto de objetos indiferentes sino que envuelve al sujeto, lo que hace del cuerpo un canal de comunicación privilegiado, a través del cual el mundo se hace presente como un lugar familiar (4). Por eso, Merleau-Ponty señala que el cuerpo es el "miembro del mundo" (5): soy consciente del mundo a través de el cuerpo. 

No existe para la fenomenología la idea de un mundo exterior al sujeto, pero tampoco la idea de un hombre interior en el que habita la verdad, de modo que para conocerla bastaría con volver sobre sí mismo. Por el contrario, "el hombre está en el mundo, está en el mundo que conoce" (6). Es ese vínculo intencional (7) entre conciencia y mundo lo que evidencia la insuficiencia de plantear una escisión entre interioridad y exterioridad y afirmar la existencia de una relación entre el sujeto y la situación (8). Así, Lyotard señala: “el mundo es negado como exterioridad y afirmado como 'medio', y el yo es negado como interioridad y afirmado como 'existente'” (9). Desde esta perspectiva, el vínculo entre sujeto y cuerpo es intencional, por lo que el proceso de modelado del cuerpo es intrínseco a la constitución de la subjetividad. 

Una de las tareas que se ha planteado la fenomenología es dilucidar la experiencia vivida, porque todo cuanto el hombre sabe del mundo lo alcanza a partir de experimentarlo, y para conocer este proceso es necesario describirlo, lo que supone una metodología particular: la reducción fenomenológica. La mejor forma para esta reducción —sostiene Merleau Ponty— es el “asombro ante el mundo” (10).  “Ir hacia las cosas mismas” (11) compromete el asombro ante ellas: romper con su familiaridad, conmoverse, turbarse, admirarse, extrañarse y, desde ahí, captar su paradoja. El trabajo metodológico de la reducción involucra una operación de la conciencia: “poner entre paréntesis” el conjunto complejo de las relaciones del mundo, para restaurar la aprehensión primordial de las cosas tal y como se dan en su presencia constitutiva fundamental (Mier).

Sin embargo, ese “mundo que está ahí delante para mí ahora, […] tiene su horizonte temporal infinito por dos lados, su conocido y su desconocido, su inmediatamente vivo y su no vivo pasado y futuro” (12),  lo que significa que nunca puedo conocer el mundo en su totalidad porque, además de que invariablemente lo miro desde una cierta perspectiva, éste se encuentra en constante devenir. Por ello, la reducción fenomenológica es siempre incompleta, lo que sustenta que el mundo no sea simplemente existente sino “fenómeno de existencia” (13). 

Estas reflexiones permiten pensar que el reconocimiento del cuerpo propio, su aprehensión primordial, entraña el asombro ante él: un extrañamiento de los propios hábitos de movimiento, un quebrantamiento de la familiaridad con la que realizamos acciones que han sido mecanizadas; implica atreverse a reconocerlo como un fenómeno siempre novedoso, henchido de múltiples experiencias que se extienden al infinito y lo van transformando al mismo tiempo que yo me transformo, porque mi cuerpo y yo somos uno y lo mismo. El conocimiento de mí y de mi cuerpo es siempre provisional porque está en constante devenir, en permanente construcción: en proyecto. 

Habitar el cuerpo —y no sólo tener un cuerpo— supone, además, adquirir un “punto de vista sobre el mundo”, lo que permite crear las relaciones entre los otros objetos y sujetos del mundo y el propio yo. Merleau-Ponty afirma que “el cuerpo es el vehículo del ser-del-mundo, y poseer un cuerpo es para un viviente conectar con un medio definido, confundirse con ciertos proyectos y comprometerse continuamente con ellos” (14).  Un reconocimiento fenomenológico del cuerpo se esforzará por revelar al “yo” como un sujeto incorporado que habita un mundo, al mismo tiempo que descubre cómo en esa vivencia el “yo” lo conoce y comprende. 

Esta aproximación lleva a mirar el proceso educativo-dancístico desde otra perspectiva; ya no como un proceso en el que el cuerpo deberá ser sometido al dominio técnico para convertirlo en el instrumento pasivo del coreógrafo, sino como un proceso en el que la técnica es el medio por el cual el sujeto logrará apropiarse de su cuerpo, vivirlo, habitarlo y construirlo como un signo para comunicar a otros su propia experiencia del mundo. Mientras el alumno no experimente su cuerpo como propio y lo habite, la técnica prevalecerá como finalidad del proceso. 

 

Percepción del cuerpo propio y experiencia sinestésica

Prácticamente todas las técnicas dancísticas consideran como una de sus primeras facetas en el proceso de entrenamiento, la realización de ejercicios tendientes a lograr una adecuada colocación del cuerpo, conocimiento que ha sido enfocado primordialmente hacia una revisión anatómica y kinesiológica, en la que el cuerpo es concebido como un mero complejo de ondas cerebrales, tejidos nerviosos, fibras musculares, huesos, etc., lo que en términos pedagógicos ha comprometido la construcción de experiencias educativas parcializadoras que fomentan la ruptura en la entidad cuerpo-mente que es el sujeto. Esta concepción olvida que el cuerpo propio no es un objeto que se pueda descomponer y recomponer para darse una idea clara de él (15), sino que es más bien un entramado de cuerpo y mente que constituye el lugar donde ocurre el diálogo experiencial con el mundo, y, para conocerlo, “no dispongo de ningún otro medio [...] más que el de vivirlo, eso es, recogerlo por mi cuenta como el drama que lo atraviesa y confundirme con él” (16).  

La comprensión del cuerpo no puede ser reducida a la manipulación de una idea o pensamiento acerca de él, porque esto degradaría la experiencia a la representación; supone, por el contrario, una vivencia en la que simultáneamente se experimente la unidad del sujeto y la unidad intersensorial del cuerpo. Por ello, la fenomenología no limita su noción de esquema del cuerpo a un resumen de la experiencia corpórea (17),  ni tampoco la refiere a la toma de conciencia global de la postura del sujeto en un mundo intersensorial, es decir, no concibe al cuerpo como una forma en el sentido de la teoría de la Gestalt (18);  entiende, en cambio, que el esquema del cuerpo constituye “una manera de expresar que mi cuerpo es-del-mundo” (19):  que participa de la experiencia de un mundo en transformación continua. 

La fenomenología describe de un modo diferente la unidad del cuerpo y, a través de ella, la unidad de los sentidos (20).  Esta descripción está anclada en el fenómeno de la percepción, por lo que será necesario puntualizarlo para comprender esta perspectiva y sus posibles consecuencias educativo-dancísticas. 

La percepción —de acuerdo con Merleau-Ponty— no puede explicarse sin una referencia a la estructura de la experiencia y a la estructura de la conciencia. La percepción es aquello por lo cual estamos en el mundo, o por lo cual “tenemos” un mundo (21).  Conectamos con él a través de los sentidos: lo conocemos al percibirlo. Más aún, la total significación del mundo está estructurada en nuestra capacidad de percibirlo. Pero será necesario considerar que el sujeto de las sensaciones está limitado porque las percepciones son parciales, debido a que siempre hay un horizonte de objetos no vistos e incluso no visibles (22).  Por ello, el campo de la percepción es definido, por este autor, a partir de lo que se hace visible y de lo que se oculta. La perspectiva, es decir, la estructura objeto-horizonte, es el medio del que disponen los objetos tanto para revelarse como para disimularse (23).  Al asumir una perspectiva, un conjunto de objetos se oculta a la mirada, mientras que otros se muestran, devienen visibles: existen para el sujeto que percibe (24).  

Mi cuerpo, sin embargo, es un objeto peculiar, que no me deja, lo que me impide alejarlo y desplegarlo ante mi mirada: “se niega a la exploración y siempre se me presenta bajo el mismo ángulo” (25).  El sujeto no puede construir el cuerpo propio como una síntesis, como una entidad de sentido, debido a su condición evanescente a la percepción: hay zonas del cuerpo que son absolutamente inaccesibles. Esta evanescencia impide pensar al cuerpo como un objeto exterior cualquiera porque no es tangible ni visible; sin embargo, posee una superficie doble de sensaciones, lo que significa que puede sorprenderse a sí mismo en el ejercicio mismo de conocer: puede tocarse tocando (26). Es el único objeto del mundo capaz de asombrarse (y bosquejar una reflexión) durante su exploración (27):  el único capaz de experimentarse a sí mismo y de dar sentido a esa experiencia. 

Esta enigmática expresión del cuerpo sirve de fondo a la presencia o ausencia de los objetos exteriores, los que se dan a ver o se ocultan en un campo que define y sobre el cual tiene poder el cuerpo, porque su estatuto primordial no es el de objeto sino el de medio privilegiado de comunicación con el mundo que apunta al horizonte potencial de la experiencia (28).  El cuerpo —afirma Merleau-Ponty— “es este extraño objeto que utiliza sus propias partes como simbólica general del mundo y por el que, en consecuencia, es posible <frecuentar> este mundo, <comprenderlo> y encontrarle una significación” (29).  

Husserl ha dicho que la percepción es un acto por el cual la conciencia se vincula con el espectro del mundo, y es el cuerpo el que permite actuar inmediata o mediatamente. Percibo a través de los “órganos” que muevo, más aún, “actuando perceptivamente tengo experiencia de toda la naturaleza” (30).  Pero no se trata meramente de certificar la forma de los objetos, sino de construirlos como objetos de la experiencia, convertirlos en entidades susceptibles de adquirir sentido. La conciencia, por medio de la percepción, se constituye así en una instancia constructiva del mundo. Y el cuerpo es la condición de esa construcción: es posible dar sentido al mundo, crear mundos, porque tengo un cuerpo. El cuerpo adquiere entonces un carácter dual: se erige simultáneamente en “materia de sentido y lugar de engendramiento del sentido” (31).  

Al percibir cualquier objeto, la conciencia opera una transformación sobre él, no en un sentido material, sino en cuanto a la relevancia que tiene en el campo de la vida del sujeto. El objeto es transfigurado cuando la conciencia lo destaca del resto de los objetos del mundo y lo vuelve significante para la propia existencia: el objeto es incorporado al universo del sujeto que lo experimenta (32).

La danza le propone al sujeto un modo particular de percibir el cuerpo; pero la conciencia, al operar sobre esta experiencia, al darle un sentido peculiar al cuerpo en movimiento, transforma su relevancia y lo incorpora de un modo singular al universo de vida de cada sujeto. 

El acto, para Merleau-Ponty, es la manera del sujeto de ser en el mundo, lo que supone “constituir el cuerpo en una caja de resonancia del mundo” (33), porque en mi cuerpo se irradian las cualidades de los objetos que atrapan a mi conciencia. El cuerpo sintetiza la capacidad de actuar, por lo que la experiencia motriz —afirma el autor— no es cierto tipo de conocimiento, sino el medio para acceder al mundo y a los objetos (34): el mundo se construye a través de un cuerpo en movimiento. El “lado perceptivo” y el “lado motor” del comportamiento se comunican (35). Las sensaciones, las ‘cualidades sensibles’ no se reducen a la vivencia de cierto estado, sino que se ofrecen con una fisonomía motriz, están envueltas en una significación vital. Ante la experiencia sensible, se produce, primero, cierta disposición del cuerpo (36), que luego se propaga para llegar, finalmente, al campo de algún sentido particular. Así, la experiencia sensible es, antes que nada, experiencia corporal, pero simultáneamente suscita una modificación del cuerpo fenomenológico.

El acto se produce en un medio contextual, sobre un fondo determinado que compromete dos dimensiones: espacio y tiempo. Al actuar siempre construyo un tiempo, pero simultáneamente proyecto una posición en el espacio. Por ello, para Merleau-Ponty el cuerpo no está en el espacio ni en el tiempo: el cuerpo habita el espacio y el tiempo (37).  De modo más definitivo, afirma:


"En tanto que tengo un cuerpo y que actúo a través del mismo en el mundo, el espacio y el tiempo no son para mí una suma de puntos yuxtapuestos, como tampoco una infinidad de relaciones de los que mi conciencia operaría la síntesis y en la que ella implicaría mi cuerpo; yo no estoy en el espacio y en el tiempo, no pienso en el espacio y en el tiempo, soy del espacio y del tiempo [...] y mi cuerpo se aplica a ellos y los abarca" (38).  


Temporalidad y espacialidad son estructuras inherentes a la conciencia: al situar el cuerpo en un “aquí”, lo hacemos también en un “ahora”. Y en el entrecruzamiento de estas estructuras se conecta la dimensión material del cuerpo con su dimensión de sentido. Por ello, el acto —y con él la corporalidad— articula toda la posibilidad de dar sentido, de construir la cultura como un hecho de sentido. 

También para Charles S. Peirce la construcción de sentido del mundo dibuja un proceso temporal que deviene en acción, por lo que establece una relación analógica entre temporalidad semiótica y temporalidad cognitiva. El proceso de elaboración cognitiva entraña una metamorfosis temporal que exige al sujeto un dinamismo similar que lo capacite para captar el desarrollo temporal del mundo. En otras palabras, como el mundo se transforma incesantemente, para conocerlo es necesario que el cuerpo tenga una capacidad de mutación coincidente: un cuerpo en movimiento permite entender un mundo en movimiento. Así, la dinámica del cuerpo responde a la dinámica del mundo (39).  

La percepción involucra la totalidad del cuerpo; por ello, Merleau-Ponty afirma que una teoría del cuerpo es implícitamente una teoría de la percepción (40). La conciencia del cuerpo es inseparable del mundo de la percepción: el sujeto percibe en relación con su cuerpo, significa el mundo a través del cuerpo. La percepción y la experiencia del cuerpo se implican una a la otra (41).  Por ello, el cuerpo no puede concebirse como “una suma de órganos yuxtapuestos, sino [como] un sistema sinérgico cuyas funciones todas se recogen y vinculan en el movimiento general del ser-del-mundo” (42).  

Los sentidos están integrados y funcionan como una totalidad ante cualquier experiencia, pero las explicaciones físicas de los científicos, que desplazan la experiencia como apertura al mundo, llevan a pensar que el mundo es percibido por medio de canales separados. Para Merleau-Ponty, la experiencia de los sentidos no existe como expresión pura, es decir, no hay experiencia táctil pura o experiencia visual pura, etc., hay una relación entre los sentidos que permite a los objetos cobrar su total plenitud, y a través de la cual el sujeto logra conciencia de ellos (43).  Por extraño que parezca, para experimentar cada sentido por separado es necesaria una actitud particular: la actitud analítica, porque entre más natural es la percepción, mayor es la interrelación de los sentidos.

Es innegable que cada sentido interroga al objeto a su manera y aporta un nuevo tipo de síntesis que lo transfigura; por ello, la falta de un sentido transforma completamente la significación de la vida. Es cierto también que existe una función de sustitución que permite acceder a la significación abstracta de las experiencias que no han sido vividas, pero la inteligencia no garantiza que entre experiencias diferentes exista sino una comunicación aparente, por lo que no asegura la amalgama en una experiencia única (44).  Los sentidos son distintos entre sí y distintos de la intelección, y cada uno contribuye al conocimiento de un modo que nunca es exactamente intercambiable (45).  Esto puede reconocerse sin comprometer la unidad de los sentidos, porque los sentidos comunican (46), se traducen uno al otro sin necesidad de intérprete, se comprenden uno al otro sin tener que pasar por la idea; por ello el cuerpo es “un sistema acabado de equivalencias y trasposiciones intersensoriales” (47). 

Esta experiencia, que Merleau-Ponty denomina sinestésica, permite entender fenómenos como la audición de los colores, la visión de la música, etc., o los que en el mundo de la danza son usuales, como escuchar el cuerpo, visualizar los músculos, permitir que el cuerpo sea penetrado por la música, colorear un movimiento, etc. Estos fenómenos muestran la necesidad del proceso educativo de apelar a un cuerpo sinestésico y no a un cuerpo fragmentado, porque los bailarines transforman los sonidos, los colores, las cualidad táctiles, en movimiento, para lo cual es indispensable que armonicen su cuerpo y lo dejen vivir como la unidad intersensorial que es.

El proceso educativo requiere también esta actitud analítica con la que voluntariamente se interrumpe el espectáculo del mundo para así interrogar al cuerpo desde diferentes perspectivas y percibir los diversos modos de ser que puede asumir. Centrar la vivencia en las sensaciones que cada sentido produce o en el mero acto kinético favorece la experimentación de una gama infinita de cualidades de movimiento.

Resulta interesante señalar que aun en esta experiencia en la que el mundo parece pulverizarse en cualidades sensibles (48), Merleau-Ponty subraya la existencia de un “estrato originario del sentir” anterior a toda división de los sentidos y por el cual es posible describir, al menos, tres estadios en la experiencia sensorial: en el primero, es la cualidad objetiva la que resuena frente al sujeto; en el segundo, la cualidad sensible se recibe de modo indeterminado como una atmósfera que rodea al objeto; y por último, la cualidad comunica con todo el cuerpo, por lo que resulta difícil limitarla a un único registro sensorial, de modo que ésta desborda espontáneamente hacia todos los demás sentidos transformando todo el cuerpo; así la cualidad desaparece como tal y se convierte en experiencia (49).  

Tener en cuenta estos tres estadios de la experiencia sensorial amplía las posibilidades de proponer tareas educativas que constituyan un intenso proceso de sensibilización en el futuro bailarín, en un ir y venir constante de la actitud analítica a la sinestesia corporal. En particular, al experimentar el movimiento, un primer estadio sugiere la posibilidad de sentir “objetivamente” las cualidades del movimiento, para trazar con precisión la energía, tiempo, espacio y flujo que intervienen. El segundo supone una cierta expresión vaga en la que las cualidades del movimiento no alcanzan sus rangos máximos o mínimos, lo que engendra un movimiento un tanto desdibujado, pero capaz de crear una atmósfera peculiar, es decir, si parafraseo a Merleau-Ponty, de producir un movimiento atmosférico. En el tercero, el bailarín simplemente se tendría que abandonar a la experiencia del movimiento: bailaría en el cuerpo antes que con el cuerpo (50).  Este tercer estadio revela que no es un cuerpo anatómico ni kinesiológico el que se entrega a la vivencia de una calidad de movimiento, sino que el cuerpo fenomenal habita esa calidad de movimiento y es habitado por ella. 

El estudio de la danza exige hacer énfasis en la percepción del cuerpo propio, es decir, en una propioceptividad, a través de la cual logramos conciencia de la forma y posición de nuestro cuerpo. La propioceptividad siempre es dinámica y se encuentra en interrelación con los otros sentidos; aunque pueden experimentarse las cualidades del movimiento aislándolas del resto de los sentidos, si atendemos a la calidad sinestésica del cuerpo sería necesario considerar la presencia de fenómenos como los movimientos fríos o los movimientos rojos o bien los melódicos, con lo que la posibilidad de crear experiencias educativas que sensibilicen al alumno estalla aún más. La propioceptividad subraya nuestra sensibilidad kinestésica, por medio de la cual experimentamos la indisolubilidad de tiempo, espacio y energía, cualidades que, al entrelazarse en un continuo infinito, matizan los movimientos y los vuelven expresivos. En suma, con la propioceptividad construimos cualidades de movimiento, damos un sentido y significación particular a los movimientos de nuestro cuerpo.        

El acto de la percepción no realiza por sí mismo un trabajo de síntesis; hay una síntesis ya constituida que se encuentra en un saber habitual del mundo, que se ha sedimentado en el cuerpo propio. Merleau-Ponty ha dicho que la experiencia perceptiva tiene algo de anónima, “porque reanuda una experiencia adquirida”, es decir, quien percibe restaura una tradición perceptiva. Por ello, “posee una espesura histórica” (51).  Así se puede entender que la síntesis perceptiva sea una síntesis temporal, un despliegue en el tiempo, porque cada acto perceptivo es indivisiblemente prospectivo y retrospectivo: “mi cuerpo traba conjuntamente un pasado, un presente y un futuro, segrega tiempo, o mejor se convierte en este lugar […] en el que los acontecimientos […] proyectan alrededor del presente un doble horizonte de pasado y de futuro y reciben una orientación histórica. […] Mi cuerpo toma posesión del tiempo, hace existir un pasado y un futuro para un presente; hace el tiempo en lugar de sufrirlo” (52). 

Luego entonces, percibir el cuerpo propio supone revivir una significación dada, una memoria de un cuerpo habitual que sirve al presente, pero siempre lanzado hacia un horizonte futuro, hacia un proyecto corporal, por el que es posible el aprendizaje de nuevas habilidades. Percibir el cuerpo propio supone confundirnos en él, descubrir sus historias y vislumbrar sus futuros en un presente en el que no somos ni objeto ni pensante, sólo somos del mundo. 

 

Panel 39 de “Atlas Mnemosyne” de Aby Warburg (1925-1929). Aquí, Botticelli es la estrella, con reproducciones en blanco y negro de "El nacimiento de Venus", "Primavera" y "Pallas y el centauro". The Warburg Institute, vía Hatje Cantz

 

El cuerpo “lugar de memorias”

Todo aprendizaje entraña la memoria, y el de la danza está enteramente asentado en la memoria corporal; el lugar donde reposa no es otro que el cuerpo vivido: es un cuerpo fenomenológico. 

Para los griegos la memoria era la diosa Mnemosyne —madre de las nueve musas—, y el poeta era un hombre poseído por la memoria que hacía de su conocimiento una sabiduría. Mnemosyne, en un rito de iniciación, revelaba a los poetas los secretos del pasado introduciéndolos en los misterios del más allá: la memoria era un don para iniciados. Pero el poeta no sólo era un adivino del pasado, también lo era del futuro, de manera que la memoria se constituía, simultáneamente, en recuerdo y contemplación del porvenir. En sus orígenes, la palabra poética refería una inscripción en la memoria, por eso se dice que para Homero componer era recordar (53).  

El bailarín, al componer con su cuerpo, también recuerda sensaciones, emociones, movimientos, diseños espaciales, sonidos y, al hacerlo sin vacilación, decididamente, libera su capacidad expresiva. 

Sócrates consideraba el don de Mnemosyne como “la cera donde todo cuanto deseamos preservar […] se graba en relieve dejando una marca, como la de los anillos, correas o sellos” (54). Así, sería posible pensar que el cuerpo se ha constituido en esa geografía en cuyos relieves se ha grabado la propia vida. Es, por tanto, un lugar de memorias (55):  “memoria de los espacios, de las intensidades vividas, de los trayectos asociativos” (56), un lugar en el que puede leerse la historia vivida. 

Años más tarde, Merleau-Ponty insistirá en que quien recuerda no es un cerebro, sino una conciencia inscrita en un tiempo; la memoria no es la mera conciencia del pasado, entraña un esfuerzo por abrir el tiempo desde el presente. Este tiempo, que nace de la relación con el mundo (57),  no puede experimentarse como una línea, ni como una colección de instantes, sino como una “red de intencionalidades” (58). De aquí, pasado y futuro no son, sino que afloran cuando la conciencia se extiende hacia ellos en un presente vivido no encerrado en sí mismo (59). Estas modalidades temporales tampoco son entidades discretas, autónomas, sino que forman una trama compleja de relaciones. 

En una concepción en la que encuentro grandes resonancias con la fenomenología, pero que desafía el problema de la continuidad o discontinuidad de la aprehensión de la experiencia del tiempo, Charles S. Peirce introduce la idea de que los instantes son constituyentes del tiempo porque, lejos de poseer una identidad cerrada, son “vértice[s] agitado[s] de relaciones, nudo[s] que se rehace[n] en una trama relacional con otros instantes” (60). En esta “totalidad de límites impronunciables” (61), el tiempo no puede ser entendido fragmentariamente sin desdibujar su fisonomía. Presente, pasado y futuro no existen uno sin el otro: no hay una multiplicidad de fenómenos sino un solo “fenómeno de flujo” (62).  Pero, como advierte Lyotard, no es posible afirmar que el tiempo fluye en la conciencia, sino que es la conciencia, a partir de su ahora, quien lo constituye (63).  

Para Peirce, pasado, presente y futuro son fenómenos que surgen de una relación pasional entre los signos, en la que se “engendra una trama de afectos” (64); por ello, define la memoria como una modalidad de la capacidad que tienen los signos de afectar a la conciencia, como un régimen de duración que permite descubrir una condición diferencial en los hábitos y en las creencias. En esta misma perspectiva, Raymundo Mier afirma que “el juego de la memoria se edifica sobre el proceso de destrucción, sustitución, extinción de los signos: la memoria es sucesión de afectos y conciencia        —significación— de esas afecciones y sus signos” (65). En este “flujo de los signos”, la memoria atrapa los que han tenido la capacidad de conmover a la conciencia, el ímpetu para articularse con otras sensaciones y la fuerza para perturbar el perfil de otros signos que se han convertido en hábito. Sin embargo, la memoria no puede concebirse como un mero receptáculo de las experiencias decantadas, porque la trama que la constituye se va produciendo en el entrecruce de los signos que se destruyen al momento que irrumpe una nueva sensación, de los que evocan esa destrucción y de los que se entrelazan para multiplicar las calidades. Los signos, uno sobre otro, van creando capas cada vez más densas en cuyos pliegues los tiempos llegan a confundirse (66). Y es precisamente el cuerpo el lugar donde se fijan las huellas de estas alianzas de afectos, el lugar donde se consolida esa trama densa de signos en la que es posible contemplar la vida. 

Mier subraya que la memoria, considerada como una modalidad de la afección, se desdobla. Así, descubrimos, por un lado, la memoria que se engendra en la dinámica de la experiencia y, por otro, la que se doblega ante los hábitos y asume “lo creído como un territorio de la propia vida” (67).

El pasado surge entonces de una convergencia de dos modalidades de la afección radicalmente diferenciadas: “el pasado como experiencia y el pasado como inferencia lógica construido e implantado por la vía de la significación, de los hábitos y las regulaciones definidos categorialmente, ajeno a la vida, aunque capaz de incidir sobre ella para modelar su fisonomía” (68). Sin embargo, ambas modalidades del pasado, el “realmente vivido” y el que surge de la “mera narratividad”, tienen la misma capacidad de influir sobre los actos y la vida misma. Estas reflexiones permiten comparar al cuerpo, como lo hace Michael de Certeau, con un teatro en el que se ejecutan diversos ensayos, muchos de los cuales serán interminables repeticiones de gestos y estereotipos; pero también existirán aquéllos en los que juegos y representaciones produzcan un campo de posibilidades abierto al devenir (69).  

Por su parte, Merleau-Ponty afirma —en otra significativa coincidencia— que la estructura del mundo posee un doble momento de sedimentación y de espontaneidad (70). Si bien la conciencia tiene unos hábitos, éstos no constituyen una masa inerte en el fondo de la conciencia, sino que se nutren continuamente del presente, de modo que la memoria y la fuerza gravitante de los hábitos configuran el campo en el cual los signos del presente lucharán por afectar y transformar en experiencia la vivencia actual del sujeto (71), es decir, por construir un nuevo relieve en el mundo del sujeto, que se mostrará en su geografía corporal. 

El desdoblamiento de la memoria permite pensar, por un lado, en un cuerpo que se mueve significativamente a partir de construcciones disciplinarias, de hábitos engendrados en una trayectoria institucional que penetran incluso dimensiones de la vida cotidiana aparentemente involuntarias e indiscernibles, a partir de los cuales se instaura una memoria corporal institucionalizada. Y, por otro, un cuerpo que cobra plenitud, que se singulariza en la intensidad de la experiencia y cuya energía deviene en una memoria corporal viva en continua mutabilidad, vacilante y en la que se imprimen las diferencias radicales de la irrepetibilidad de la vida humana. 

El aprendizaje de cualquier género dancístico rivaliza con la memoria institucionalizada porque implica unos hábitos que es necesario romper para incorporar otros sobre los que el bailarín puede construirse como signo estético, utilizando activamente la memoria viva, aquella que se nutre del intenso proceso de sensibilización que establece (o debería establecer) el proceso educativo para desarrollar las habilidades sin las cuales la interpretación de la danza no sería más que un ejercicio físico y no una obra artística.

Los hábitos de movimiento, dice Merleau-Ponty, no se adquieren por el análisis de fórmulas que se recomponen, sino que el cuerpo atrapa y comprende el movimiento: desarrolla habilidades o más bien capta sentidos motores (72), susceptibles de modificación. El cuerpo del bailarín se configura dejándose penetrar por nuevos significados, con los que compone núcleos incesantemente significativos que lo convierten en un ente creador.

El proceso educativo de la danza exige una lectura atenta del cuerpo, un recuento de la memoria que supone una expedición por los lugares donde reposan las imágenes introducidas por las percepciones y en los que transita por los pliegues que han formado las significaciones. Un viaje donde evocar las sensaciones y localizar las cualidades que se crearon:


 

"Algunos se presentan de golpe, otros se hacen añorar, casi extraídos de rincones más secretos. Unos se precipitan en oleadas y, mientras busco estos y deseo otros, bailan en medio, con aire de decirme: '¿No somos así por casualidad?' Y los ahuyento con la mano del espíritu del rostro de la memoria, hasta que el que busco se despeja y avanza de los secretos a mi mirada; Otros quedan dóciles, dispuestos en grupos, cuerpo a cuerpo, Los primeros se retiran antes del segundo y se retiran a descansar donde permanecerán listos a partir de nuevo, cuando quieran” (73).


Este curso interminable apunta, sin embargo, a un "horizonte abierto e infinito de propiedades inexploradas" (74), porque, como dice Proust, "el 'poder de la memoria' no es el de 'resucitar', sino el permanecer suficientemente enigmática como para preocuparse, por así decirlo, al pensar en el 'futuro' "(75).

 

Cuerpo y Proyecto

Subrayo que Peirce insiste en esa energía del presente que, como capacidad de afecto, hace inteligibles tanto el pasado como el futuro, que sólo puede ser la capacidad del signo “para engendrar una red de afectos” (76). Es por esto que tanto el pasado como el futuro influyen “relacional y apasionadamente sobre los actos” (77). Ambas temporalidades emergen de los hábitos, comparten modos de afecto y revelan la misma cualidad apasionada (78). Y si bien es cierto que el pasado no se modifica, siempre es posible construir futuros.

En una perspectiva contrastante, Bourdieu sugiere que el cuerpo está modelado por el conjunto de condiciones estructurales de la sociedad. El cuerpo construye sus esquemas como una estructura que es al mismo tiempo esfera de reproducción de todos los determinantes estructurales de la sociedad. El cuerpo es habitus (79), porque contiene estructuras estructuradas y estructurantes. Está estructurado porque las estructuras sociales lo imprimen y lo determinan, pero a la vez es estructurante porque a través de las estructuras corporales los sujetos producen y reproducen modos de interacción (80). Así, la corporalidad del entorno organiza lo suyo, porque tiende a reflejar el gesto del universo en el que se mueve. Esta transmisión de mano a mano es un conjunto de regularidades de las que es posible deducir formas de caminar, de moverse: estilos culturales que Marcel Mauss llamó idiosincrasia social (81).

El habitus subraya el proceso de socialización que subyace en la memoria: el fuerte vínculo colectivo de la memoria. Sin embargo, para Maurice Halbwachs (82), la memoria colectiva se recrea permanentemente por la influencia de la memoria individual. El cuerpo habitual es sólo "un fondo de certeza, un suelo intangible sobre el que se eleva la conciencia de los objetos, de los otros" (83), pero el cuerpo que danza no puede limitarse al orden cotidiano ni sucumbir a la fuerza de los hábitos, por el contrario, "se construye como un extrañamiento de ese cuerpo inercial de hábitos" (84).

La concepción de Bourdieu empuja al cuerpo como una masa modelada por estructuras sociales, que en su interacción con otros modelos, constituye un campo de regularidades por identificación recíproca que sirve como marco convencional de acción. Al mismo tiempo, define universos de clase y segmentación social, que permiten reconocer modos de comportamiento, gestualidades, posiciones claramente diferenciadas: operadores. En esta perspectiva el cuerpo es considerado como una superficie no intencional, idea a la que seguramente se opondría Merleau-Ponty, ya que para él “entre el acto y la conciencia hay necesariamente una fractura: no hay relación de continuidad” (85).

Los actos no pueden ser respuestas reflejas, porque siempre hay una intervención del sentido. Toda situación implica siempre un sentido, en el cual el sujeto se percibe actuando. Para Merleau-Ponty hay dos capas de subjetividad. Una que denomina cuerpo habitual y otra que denomina cuerpo actuante. El primero se refiere a todos los aprendizajes que se han establecido y que permiten reconocer las propias habilidades. En varias de nuestras acciones, el cuerpo habitual explica claramente la orientación de nuestras acciones.

El cuerpo habitual, en efecto, tendría que ver con la dimensión del habitus. Sin embargo, el cuerpo puede convertirse en una superficie activa, lo que significa que el cuerpo apunta a un horizonte futuro. El cuerpo actoral, aquel que implica un proyecto propio, responde a un desafío que se le presenta en el aquí y ahora. El cuerpo actuante abandona su posición habitual, deja de ser meramente reproductivo y responde a la demanda de una configuración desprovista de la experiencia que surge en un momento presente.

Al construir un tiempo propio, una posibilidad única, una alternativa distintiva de sentido y un nuevo sentido del mundo, el cuerpo rompe con la condición reproductiva y rutinaria del cuerpo habitual. El cuerpo actuante es un poder que responde aquí y ahora a una situación que compromete la totalidad de su experiencia en un proyecto dado. Merleau-Ponty afirma: Un nuevo sentido del mundo, el cuerpo rompe con la condición reproductiva y rutinaria del cuerpo habitual. El cuerpo actuante es un poder que responde aquí y ahora a una situación que compromete la totalidad de su experiencia en un proyecto dado.


"Una vez más, es evidente que ninguna relación de causalidad es concebible entre el sujeto y su cuerpo, su mundo y su sociedad. So pena de perder el fundamento de todas mis certezas, no puedo poner en duda lo que me enseña mi presencia a mí mismo" (86). 


Lo que distingue a Merleau-Ponty de Bourdieu es precisamente la idea de proyecto, esta capacidad de acción autónoma de la conciencia del sujeto. No hay una relación de causalidad, sino de mutua interdependencia. Es cierto que es posible vincular gestos, posturas, actitudes a estilos culturales y sociales; pero la afirmación categórica de que el cuerpo está determinado socialmente se contrapone a la capacidad del sujeto de operar sobre sí mismo, para constituirse en potencia, lo que niega, también, su capacidad de transformación y producción de nuevas condiciones. 

El ser humano no está condenado a un cuerpo ni a un tipo particular de sensaciones, porque no está preso en un solo universo de experiencias. El sujeto tiene la capacidad de construir universos; talento que pone en operación al proponer a cada momento alternativas para crear nuevas formas de actuar. De manera que si a algo está condenado el cuerpo, es a producirse continuamente y a responder a los retos que le impone un mundo en continua transformación, en movimiento continuo. 

Lo específicamente humano para Merleau-Ponty es la posibilidad de la acción múltiple. El acto específicamente humano es la negación, porque compromete la posibilidad de pensar, de construir un mundo distinto. “La capacidad de decir no es el fundamento de la capacidad reflexiva, y ésta a su vez es la condición de otredad para la acción (87).”  En el momento en que puedo reflexionar un acto, puedo constituir otros actos, otros universos: puedo elaborar un proyecto. Bourdieu rechaza la existencia del no, de la posibilidad, de la potencia; para él, el sujeto no puede negarse al habitus, y cuando el acto se constituye en un universo cerrado, no hay proyecto: hay fatalidad (88). Para Merleau-Ponty toda posible condena al universo de acción entraña la supresión de la condición específicamente humana; la capacidad constructiva de la conciencia es la que destruye radicalmente toda posibilidad de determinismo social. 

No estamos limitados a reproducir las estructuras, a reaccionar según las disposiciones de nuestro entorno, a copiarlas y a multiplicarlas de una manera incluso inadvertida; casi instintivamente porque podemos decir no e inventar otro mundo, otra posibilidad de acción, otra capacidad de construir identidades, de fundar vínculos, de construir los objetos del mundo, y esa otra capacidad entraña la libertad. No es una casualidad, entonces, que Maurice Merleau-Ponty concluya su reflexión fenomenológica de la percepción con una meditación acerca de la libertad:


"Es a base de ser sin restricciones ni reservas lo que actualmente soy que tengo la posibilidad de progresar; es viviendo mi tiempo que puedo comprender los demás tiempos, es [empeñándome] en el presente y en el mundo, asumiendo resueltamente lo que por azar soy, queriendo lo que quiero, haciendo lo que hago que puedo ir más allá. No puedo [evadir] la libertad más que si quiero rebasar mi situación natural y social negándome a asumirla primero, en lugar de alcanzar a través de ella, el mundo natural y humano. Nada me determina desde el exterior, no porque nada me solicite, sino, porque de entrada estoy, soy, fuera de mí y abierto al mundo. Somos de cabo a rabo verdaderos, tenemos con nosotros, por el solo hecho de que somos-del-mundo, y no solamente estamos en el mundo, como cosas, todo cuanto es necesario para sobrepasarnos. No tenemos por qué temer que nuestras opciones o nuestras acciones restrinjan nuestra libertad, puesto que la opción y la acción son las únicas que nos liberan de nuestras anclas" (89). 


Y no hay un modo más pleno de ejercer la libertad que la creación artística. Así, el bailarín lo que tiene siempre ante sí es un cuerpo en construcción permanente para que responda a su necesidad de comunicar al mundo su propia vivencia, su propio modo de estar en el mundo.

Será labor del educador apoyar al futuro intérprete profesional en el proceso de descubrir los secretos que guarda su cuerpo, que al revelarse mostrarán nuevos espacios que habitar, nuevas sensaciones y emociones que experimentar, hasta lograr que este cuerpo-lugar-horizonte adquiera una contundencia tal que transforme el mundo propio y se constituya en ofrenda para el otro. 

 

Notas:

 * Este artículo fue publicado previamente en Ramos Smith, Maya y Cardona Lang, Patricia (directoras), La danza en México. Visiones de cinco siglos. vol. I, Ensayos históricos y analíticos, México, INBA/CENIDI-Danza “José Limón”/Escenología, 2002.

 ** Investigadora de tiempo completo del CENIDI-Danza José Limón. 

(1) Jaana Parviainen, Bodies Moving and Moved. A Phenomenological Analysis of the Dancing Subject and the Cognitive and Ethical Values of Dance Art. Vammala, Tampere University Press, 1998, p. 31.

(2) Margarita Baz, “De poéticas y pasiones: reflexiones sobre la subjetividad en la danza”, en Maya Ramos Smith y Patricia Cardona Lang (directoras), La danza en México. Visiones de cinco siglos. vol. I, Ensayos históricos y analíticos, México, CONACULTA/INBA/CENIDI-Danza “José Limón”, Escenología, 2002, p. 86.

(3) Maurice Merleau-Ponty, Fenomenología de la percepción, cuarta edición, Barcelona, Península, 1997, p.16.

(4)  Ibid, p. 73.

(5)  Ibid, p. 101.

(6) Ibid, p. 11.

(7)  Una tesis intrínseca a la fenomenología es que la relación entre el sujeto y el mundo es intencional: el mundo no podría existir sin el sujeto y el sujeto no podría existir sin el mundo. Cuando Husserl define la intencionalidad lo hace en el marco de la relación entre conciencia y objeto: conciencia es siempre conciencia de algo, lo que significa que estoy ligado al mundo. A esta imposibilidad de la conciencia de separarse del objeto, es decir, al vínculo entre objeto y conciencia Husserl, le llamó intencional. [Edmund Husserl, Ideas relativas a una fenomenología pura y una filosofía fenomenológica, segunda edición, México, Fondo de Cultura Económica, 1997, pp. 198-200.]  

(8) Jean-François Lyotard, La fenomenología, Barcelona, Paidós, 1989, p. 71. Lyotard aclara que el sujeto y la relación no pueden ser definibles de modo aislado sino en y por la relación misma. 

(9)  Ibid, p. 72.

(10)  Maurice Merleau-Ponty, op. cit., p. 13.

(11)  El mundo para Husserl se nos da de manera directa; sin embargo, el mundo no aparece de una manera simple, sino en una especie de trama compleja. Es por ello que plantea la necesidad de ir a las cosas mismas, es decir, poner en juego la operación de la reducción fenomenológica. 

(12)  Edmund Husserl, Ideas relativas a…, op. cit., p. 66.  

(13)  Jean-François Lyotard, op. cit., p. 30.

(14)  Maurice Merleau-Ponty, op. cit., p. 100.

(15)  Ibid, p. 215.

(16)  Ibidem.

(17)  Ibid, p. 115.

(18)  Ibid, p. 116. Merleau-Ponty subraya que el cuerpo no es un fenómeno en el que el todo es anterior a las partes, sino un proceso en el que el todo está en construcción incesante, lo que supone un tipo de existencia nuevo que es necesario reconocer continuamente. 

(19)  Ibid, p. 118.

(20)  Ibid, p. 250. Desde una perspectiva fenomenológica, no es pertinente la separación de un nivel fisiológico, uno psicológico y uno sociológico para construir la noción de cuerpo, ya que estos tres aspectos participan de una única realidad fenomenológica. 

(21)  Jean-François Lyotard, op. cit., p. 79.

(22)  Merleau-Ponty llama a la parcialidad de la percepción “visión prepersonal”. [Op. cit., p. 232.] Él concibe objeto aquello que puede devenir visible, lo que significa que la visibilidad del objeto no es intrínseca al objeto mismo; el objeto tiene existencia en el campo de vida de un sujeto cuando se muestra. Pero “los objetos forman un sistema en el que no puede mostrarse uno sin que oculte a otros. Más precisamente, el horizonte interior de un objeto no puede devenir objeto sin que los objetos circundantes devengan horizonte. […] Horizonte es lo que asegura la identidad del objeto en el curso de la exploración, es el correlato del poder próximo que guarda mi mirada sobre los objetos que acaba de recorrer y que ya tienen sobre los nuevos detalles que va a descubrir”. [Ibid, pp. 87-88.]

(23)  Maurice Merleau-Ponty, op. cit., p. 88.

(24)  Aquí se plantea el problema de la espacialidad: darse a ver. Un objeto se da a ver a partir de su posición espacial.

(25)  Maurice Merleau-Ponty, op. cit., p. 108.

(26)  Es el único objeto, dice Husserl, “al que atribuyo experiencialmente campos de sensación”. [Edmund Husserl, Meditaciones cartesianas, segunda edición, México, Fondo de Cultura Económica, 1996, p. 157.]

(27)  La fenomenología distingue la reflexión natural en la que los objetos se presenta como tales, de la reflexión trascendental en la que opera la reducción fenomenológica sobre la existencia o no de los objetos del mundo. Maurice Merleau-Ponty, op. cit. p. 111.

(28)  Ibid, p. 110.

(29)  Ibid, p. 251.

(30)  Edmund Husserl, Meditaciones…, op. cit., p. 157-158.

(31)  Raymundo Mier, Apuntes del seminario teorías de la cultura, México, ENAH, 1999.

(32)  Raymundo Mier, Apuntes del seminario filosofía..., op. cit.

(33)  Ibidem.

(34)  Maurice Merleau-Ponty, op. cit., p. 157.

(35)  Ibid, p. 225.

(36)  Ibid, p. 227.

(37)  Ibid, p. 156.

(38)  Ibid, p. 157. [Las cursivas son mías.]

(39)  Raymundo Mier, Apuntes del seminario semiótica y danza, México, CENIDI-Danza “José Limón”, 2000.

(40)  Maurice Merleau-Ponty, op. cit., p. 222.

(41)  Ibid, p. 147.

(42)  Ibid, p. 249. 

(43)  Afirma también que en la interrelación de los sentidos la experiencia del espacio es fundamental; las sensaciones son espaciales, lo cual no significa que la cualidad como objeto no pueda pensarse más que en el espacio, “sino porque como contacto primordial con el ser, como reanudación por parte del sujeto sensor de una forma de existencia indicada por lo sensible, como coexistencia del sensor y lo sensible, es ella misma constitutiva de un modo de coexistencia, eso es, de un espacio”. [Ibid, p. 236.] Si la sensación es espacial, entonces es “imposible a priori tocar sin tocar en el espacio, porque nuestra experiencia es la experiencia de un mundo”. [Ibid, p. 237.]

(44)  Ibid, pp. 238-240. Aquí Merleau-Ponty menciona el caso de los ciegos de nacimiento operados que tienen una gran dificultad para asimilar la experiencia visual que ofrecen los objetos, íntimamente ligada con la experiencia del espacio en tanto que los objetos del mundo son totalidades espaciales. 

(45)  Ibid, p. 240. “Entendemos que el campo táctil nunca tiene la amplitud del campo visual, nunca el objeto táctil está enteramente presente en cada uno de sus partes como el objeto visual, y en una palabra, que tocar no es ver.” [Ibid, p. 239.]

(46)  Ibid, p. 240.

(47)  Ibid, p. 249.

(48)  Ibid, p. 242.

(49)  Ibid, p. 243.

(50)  Eugenio Barba y Nicola Savarese, El arte secreto del actor. Diccionario de antropología teatral, México, Escenología, 1990, p. 25.

(51)  Ibid, p. 253. “Cada vez que experimento una sensación, experimento que interesa, no a mi ser propio, aquél de que soy responsable y del que decido, sino a otro yo que ya ha tomado partido por el mundo, que se ha abierto ya a alguno de sus aspectos y se ha sincronizado con ellos. Entre mi sensación y yo, se da siempre la espesura de un adquisición originaria que impide el que mi conciencia sea clara para sí misma.” [Maurice Merleau-Ponty, op. cit., p. 231.] 

(52)  Ibid, p. 254.

(53)  Jacques Le Goff, El orden de la memoria. El tiempo como imaginario, Barcelona, Paidós, 1991, p. 145.

(54)  Sócrates, cfr. Jacques Derrida, Memorias para Paul de Man, Barcelona, Gedisa, 1989, p. 17.

(55)  Jaana Parviainen, op. cit., p. 54.

(56)  Raymundo Mier, Apuntes del seminario de semiótica..., op. cit.

(57)  “Volvamos —dice Lyotard— a la descripción de ‘las cosas mismas’, o sea, a la conciencia del tiempo. Yo me encuentro en medio de un campo de presencias (este papel, esta mesa, esta mañana); este campo se prolonga en horizontes de retenciones (tengo todavía ‘en la mano’ el comienzo de esta mañana) y se proyecta en horizontes de protensiones (esta mañana concluirá en almuerzo). Pero estos horizontes son móviles: este momento que era presente, y que por consiguiente no estaba planteado como tal, empieza a perfilarse en el horizonte de mi campo de presencias, lo aprehendo como pasado reciente, no estoy escindido de él, puesto que lo reconozco. Luego se aleja más aún, ya no lo capto inmediatamente, me es preciso atravesar un espesor nuevo para apoderarme de él.” [Jean-François Lyotard, op. cit., p. 122.]

(58)  Maurice Merleau-Ponty, op. cit., p. 425.

(59)  “Cada ahora retoma la presencia de un ‘ya no’ que arroja al pasado y anticipa la presencia de un ‘todavía no’ que a su vez lo arrojará; el presente no está cerrado, se trasciende hacia un porvenir y hacia un pasado, mi ahora no es nunca, como dice Heidegger, una in-sistencia, un ser contenido en un mundo, sino una existencia o aun un ek-stasis, y en última instancia soy una temporalidad porque soy una intencionalidad abierta.” [Ibid, p. 124.]

(60)  Raymundo Mier, “Tiempo, incertidumbre…”, op. cit., p. 135.

(61)  Ibid, p. 134.

(62)  Maurice Merleau-Ponty, op. cit., p. 427.

(63)  Jean-François Lyotard, op. cit., p. 120. 

(64)  Raymundo Mier, “Tiempo, incertidumbre...”, op. cit., p. 139.

(65)  Ibid, p. 136.

(66)  Ibid, pp. 136-137.

(67)  Ibid, p. 152.

(68)  Ibidem.

(69) Michael de Certau, cf. Margarita Baz, "The body at the crossroads of an aesthetics of existence", in Silvia Carrioza (comp.), Body: meanings and imaginaries, Mexico, UAM-X, 1999, p. 28.

(70) Maurice Merleau-Ponty, op. Cit., P. 147.

(71) Raymundo Mier, "Time, uncertainty ...", op. Cit., P. 146

(72) Maurice Merleau-Ponty, op. Cit., P. 160.

(73) St. Augustine, cf. Jacques Le Goff, op. Cit., P. 152.

(74) Edmund Husserl, Meditations ..., op. Cit., P. 163.

(75) Jacques Derrida, op. Cit., P. 17.

(76) Raymundo Mier, "Time, uncertainty ...", op. Cit., P. 139.

(77) Ibid, p. 153.

(78) Ibid.

(79) The habitus "is a generative and unifying principle that retranslates the intrinsic and relational characteristics" of a lifestyle, which allows the past to survive today and be a source of distinction and differentiation. [Pierre Bourdieu, Cultural Capital, School and Social Space, Mexico, 21st Century, 1997, p. 33.]

(80) Bourdieu's idea of habitus points out how our patterns of perception and body schemas are modeled in interaction processes. The family and the social groups to which we belong are responsible for imposing ways of looking, forms of corporal management, expressive modalities, of which we are not aware, that constitute an unintended memory. The ways of moving reveal not only familiar brands, but also class marks, even institutional ones. The habitus, according to Bourdieu, is linked to a process of socialization, but of which we are not aware, it is a social impregnation translated into concrete acts and habits; This notion is relevant to understand the establishment of different levels of body memory, never as determinations. 

(81) Marcel Mauss, Sociology and Anthropology, Madrid, Tecnos, 1979, p. 337. In this same article Mauss proposes the concept of body technique, which includes all traditional and effective bodily acts; In this way, organizes these acquired social processes. Sustained in this idea Eugenio Barba [op. Cit., Pp. 20-21] distinguishes everyday techniques from the extra-everyday ones; The former are non-conscious cultural learning, based on the law of least effort; The latter imply a rigorous reflexive learning that aims to achieve maximum waste of energy to be used in a situation of representation. Both are opposites, but the extra-daily ones always rely on the daily ones, for that reason their recognition is fundamental to initiate any process of training.

(82) See Maurice Halbwachs, La mémoire collective, Paris, Éditions Albin Michel, 1997, pp. 51-96.

(83) Raymundo Mier, "Read Valéry: the dance, the scores of the look", in Maya Ramos Smith and Patricia Cardona Lang (directors), The dance in Mexico. Visions of five centuries. Vol. 1, Historical and Analytical Essays, Mexico, CONACULTA / INBA / CENIDI-Danza "José Limón", Escenología, 2002, p. 103.

(84) Ibid.

(85) Ibid.

(86) Maurice Merleau-Ponty, op. Cit., P. 442.

(87) Raymundo Mier, Notes of the seminar of theories of the culture, op. Cit.

(88) Ibid.

(89) Ibid, p. 462-463.

 


 

Este texto fue originalmente publicado en la antigua plataforma de Segunda, en el marco de lo que fue la primera edición del ciclo titulado Pasodoble DCO/2da 

 

TEXTO EDITORIAL ORIGINAL (diciembre 2013)

Durante este 2013, DCO re-publicará parte de sus artículos pertenecientes a sus números agotados en Segunda Cuadernos de Danza. Una publicación acompañará a otra. Dos publicaciones se encuentran y hermanan porque persiguen un fin común. Lo más valioso de este frío planeta, Lezama Lima dixit, es la compañía: escoger en el oscuro pajar las otras vidas que nos complementan y que van también tirando la moneda de su suerte a nuestro lado. 

Revista DCO Danza, Cuerpo, Obsesión y Segunda, Cuadernos de Danza, comparten ahora la ruta de atravesar la danza a través de la escritura y la pasión de situar esta experiencia de fecundación en palabras diferentes, palabras específicas, merecedoras de su logro, danzantes a su vez y por derecho propio: editando, redactando, publicando, creando y recreando.

Segunda Cuadernos de Danza será el escenario para la re-publicación de artículos que formaron parte de pasadas ediciones de Revista DCO hoy agotadas. Una nueva selección y un nuevo conjunto, una nueva lectura y una nueva plataforma de circulación toman cuerpo en pos de recuperar las tareas pasadas, reinsertar contenidos, releer (nos) y reinscribir (nos) en un aquí-ahora. Este intercambio es un primer motor de este pas de deux, que quiere abrir espacios compartidos en el goce y el análisis, es una de las estrategias posibles para la retroalimentación entre ambos espacios de generación de contenidos, ambas plataformas de despegue para la discusión teórica y escrita.  

Por lo pronto, la unión de dos proyectos de reflexión y comunicación que fijan su mirada en la Danza Contemporánea - unión que fusiona, generaciones, perspectivas, voces múltiples, invención y los poderes tutelares de México y Argentina -, si no inédita es, al menos, absolutamente atópica, sin par. Con esta propuesta, apostamos a que el juego de espejos paralelos, de fortuna convocada al alimón, incremente la refracción de esa luminosidad particular y vehemente que suscita la transformación escrita de la imagen del cuerpo en movimiento.

 

 

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