“La más hermosa niña del mundo puede dar sólo lo que tiene para dar.” Música para pastillas, Patricio Rey y los Redonditos de Ricota Ella ya está ahí. Envuelta en lo oscuro, sentada como un samurái en el centro de una sala que aún en su pura silueta denota maqueta. Un resplandor fueguino recorta las sombras. Ella está ahí. Su pelo a dos aguas reluce en la silueta. Tejado alerta. Al parecer no se mueve. Luego pareciera que sí. Luego no. Silueta quieta. La sombra del mago. O el samurái. El mago samurái. ¡Alerta, alerta! Algo sucedió. El samurái se está doblando sobre sí. ¡Esa sombra se ha vuelto líquida, lo juro! ¡Se ha escurrido sobre la silla, se ha desangrado por entero, se ha desintegrado! Se escurrió sobre sí, una bolsa replegada, ingerida por el tubo de una aspiradora. La luz se despliega. Asoma un paisaje setentista. Ella se ilumina como por un farolazo de auto caro contra las ligustrinas. Una casa rodeada de verde. Muebles alargados. Mobiliario nórdico, sueco, minimalista. Plantas plásticas. Actriz alargada. El lugar está viñetado.…