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Viernes, 01 Mayo 2015 15:18

Nacer de grande, o vencer la presencia (in)finita

Escrito por

 

Nosotros, en cambio vivimos las frías

mansiones del éter cuajado de mil claridades, 

sin horas ni días.

Sin sexos ni edades…

Es nuestra existencia serena, inmutable;

Nuestra eterna risa, serena y astral.

 

(H. Hesse)

 

Desobedecer el tiempo. Sabia alegría para transformar-se. 

A la distancia me reconecto con la vivencia de espectar esta pieza, habiendo atravesado un cúmulo de experiencias-lecturas-experiencias que muchas veces me volvían a llevar a ella, pero sin encontrar el momento y la forma de abordar lo que principalmente me movilizó e invitó a reflexionar: la conciencia de la muerte como motor y sentido de la vida. 

El desafío de entender el paso del tiempo como un aprendizaje constante, en el que la muerte está al acecho para recordar la finitud de la experiencia humana, se me hizo más tangible aún cuando, al regresar de un viaje a un lugar donde se celebra el día de los muertos, me recibió la noticia de que mi abuela -mi gran referente ancestral en esta vida, con 94 años- había sido internada en un hogar por ya no poder cuidar más de sí misma. Es que la muerte, aunque desde que venimos al mundo es una posibilidad latente, con la vejez puede percibirse con mayor conciencia por su cercanía. 

Y lo que percibo y me conmueve del espíritu que une a mi abuela con las mujeres que interpretan esta obra, además de ser adultas mayores (unas más que otras), es la capacidad de transmitir una fuerza y una potencia admirables desde un sentimiento de alegría insoslayable. Como si un despertar profundo, en conexión con el límite de la muerte, diera paso a una vitalidad deslumbrante que va más allá de la cronología del cuerpo. Y desde esa conciencia de estar vivas, que vence toda línea de tiempo, solo puede desprenderse la celebración, la Alegría: 

“La <alegría ante la muerte> significa que la vida puede ser magnificada de la raíz a la cumbre (…) renueva esa especie de júbilo trágico que el hombre <es> apenas deja de comportarse como un lisiado, cuando ya no se vanagloria por el trabajo necesario ni se deja mutilar por el temor ante el mañana” (Bataille, 1929/39: 256).

Así es como estas mujeres adultas mayores son capaces de poner a rodar su “<Es>”: entregándose al incesante devenir que es habitar el tiempo presente. Conectando hacia dentro. Ampliando el horizonte, el alcance de cada acción, venciendo la certeza de los mandatos que dictan las conductas “naturalmente” esperables. Como si al tomar conciencia del límite de la muerte, llegaran a comprender quiénes son en verdad; más allá de la imagen exterior internalizada tempranamente, que siempre les dio identidad. 

Celebrar la vida, aprender a ser en la incertidumbre.

La actitud valiente de las mujeres que integran el elenco de Te lo bailo de taquito, me interpeló desde su presentación. Con una vestimenta de danzas caribeñas, multicolor y brillante, algunas de las intérpretes esperaban en los asientos destinados a espectadores y otras caminando entre los mismos, para darnos la bienvenida a un mundo donde lo que se transmite es una auténtica “alegría de vivir”. Así introdujeron el propósito de su trabajo y así es como realmente lo percibí.

De pronto, el espacio teatral fue inundado por un espíritu de carnaval que, con su energía mágica, burlesca y transformadora provocó una inversión radical en la noción etaria de los cuerpos, así como de sus hábitos y movimientos. Aproximadamente veinte números se presentaron con distintos vestuarios altamente coloridos, protagonizados por un firme equipo de mujeres de 40 a 90 años, que se relevaba permanentemente en una fiesta infinita de despojos y nuevas adquisiciones.

Tomando el riesgo de emprender el vuelo hacia lo aparentemente inviable a partir de una edad determinada, esta pieza abre el panorama para comprender la cercanía de la muerte como una posibilidad de trascender en vida. La conciencia de la “barrera” que el paso del tiempo impone al cuerpo, es desafiada para sentir el trance de la unidad que un grupo humano, expresando su potencia con forma de baile y color, puede alcanzar. 

Se pone de manifiesto una conciencia del estar vivas, de atravesar con una naturaleza alegre un momento que podría ser, para una gran mayoría, la causa de su depresión. Envejecer, para estas intérpretes, es tomar las riendas de un camino incierto, sin importar la interpretación externa que podría  catalogar de “ridículo” su espectáculo. Jugar con ese ridículo, reírse de ellas, de los otros, ¿de la existencia humana? es, más que una obra de danza, una forma de vivir la vida:

“el místico de la alegría ante la muerte (…) está en condiciones de reírse con total liviandad de cualquier posibilidad humana y conocer cualquier encanto accesible: sin embargo la totalidad de la vida –la contemplación extática y el conocimiento lúcido que se producen en una acción que no puede dejar de volverse riesgosa- es su destino…” (Bataille, 1929/39: 255).

El poder de abrirse a la fuerza de lo que acontece sin más, eleva a la conciencia la capacidad de transformarnos, de superar la llana materialidad a la que nos sometemos a diario a través de las actividades preconcebidas. Porque la acción genuina consiste en arriesgar “eso que se es” en un universo pleno de incertidumbres: dar paso a la inevitabilidad de la muerte como vía para profundizar en la introspección de la vida -individual y colectiva- y hallar así la comunión con ese “ser vivo/a” que a cada paso vamos siendo-haciendo. 

Es que “en cada uno de los distintos momentos de la vida, somos lo que hemos de morir, y ese momento sería de otro modo si este destino no fuera el nuestro que hubiese sido dado con la vida y que de algún modo actúa en ese momento. Así como en el momento de nuestro nacimiento todavía no existimos, antes bien a cada momento va naciendo algo de nosotros, así tampoco puede decirse que no morimos hasta nuestro último momento” (Simmel, 2004: 103).

Un continuo ser, siempre inacabado, móvil, en constante aprendizaje, se despierta en cada nueva acción humana. ¿Cómo es posible dar lugar a este vital auto- conocimiento en un medio social que incesantemente prioriza el adormecimiento de las conciencias? ¿Cómo des-eternizar nuestra condición terrenal idealizada? ¿Cómo saber vivir más allá de la razón y la materia? ¿Cómo saber vivir-morir/ morir-vivir? 

Bibliografía:

Bataille, Georges: La Conjuración Sagrada- Ensayos 1929-1939, AH Ed., Buenos Aires.

Simmel, George: Intuición de Vida, Ed. Terramar, 2004, Buenos Aires.

Un texto para: Te lo bailo de taquito // dirigida por: Elsa AgrasNosotros, en cambio vivimos las frías. Este comentario fue escrito para la función del 18 de noviembre del 2014 en el Teatro Empire

Ficha técnica: Idea: Elsa Agras / Bailarines: Rossana Acquasanta, Alicia Andrada, María Del Carmen Armana, Eva Banker, Elsa Barletta, Marta Bergerie Pagadoy, Liliana Bonavita, Laura Adriana Bruno, Lidia Bustos, Amalia Isabel Carbajo, Nelly Casanova, Floris Choihed, Haydee Colombo, Raquel Corts, Silvia Cotllar, Nieves Cusinato, Marta D’alesandro, Águeda Escalada, Lidia Funes, María Marta Ganduglia, Graciela Garro, Josefina Giarrusso, Martha Raquel Goldberg, Beatriz Guini, Grace Jacquemoud, Teodora Kacoliris, Clarisa Kanter, Perla Ledesma, Hilda Maldonado, Irma Elsa Mansilla, María Pilar Marigliano, María Cristina Marsiglia, Marta Inés Martinez, Marina Mazzaglia, ElVIra MercurIo, María Pagliano, Susana Paparella, Nora Pasavanti, Alicita Clara Pereyra, Zulma Pereyra, María Rosa Rofrano, Isabel Romero, Silvia Sánchez, Blanca Saponaro, Cecilia Scardamaglia, Cris Sobrero, Mónica Soler, Monica Spada, Graciela Sverdlov, Silvia Torres, Nora Susana Varela, Cristina Vázquez, Sadi Vergona, Betty Zampini / Dirección: Gabi Goldberg.

 

 

Irene Claverie

Formó parte del Equipo Editorial de Segunda cuadernosdedanza.com.ar desde su fecha de fundación hasta el año 2015

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