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Lunes, 27 Mayo 2019 11:03

Melancolía

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Las obras de Viviana Iasparra apuntan al sistema nervioso. Como si atravesaran el pensamiento y fueran al núcleo de la percepción. El Abierto y Bestia Negra, sus últimos trabajos, ofrecen poca cantidad de datos, lo que genera una intensa concentración en los signos disponibles[1]. En este sentido, la racionalización o el entendimiento aparece, para mi, con delay. Cuando leo o cuando viajo en colectivo, quizás. En el caso de estas obras, fue leyendo y caminando que pude inventar una hipótesis de lectura que me dejara tranquila por haber entendido. Y la cuestión del entendimiento racional, de la brecha que hay a veces entre sensibilidad e intelectualidad, se encuentra en el centro de la obra de Viviana Iasparra.  Como si el trabajo apuntara a un sistema paralelo de comprensión que se inscribe en lo material, lo sensorial y lo perceptual como una manera de poner en práctica un mundo teórico y poético que tiene que ver con cómo el movimiento se relaciona con la palabra.

En El Abierto, las intérpretes giran sobre su propio eje desde que empieza hasta que finaliza la obra. Este girar es el único movimiento realizado y es la pauta de acción que ordena los demás elementos de la puesta en escena. Sobre un eje imaginario, el sonido, las imágenes y el tiempo giran, desprendiendo obra, irradiándola en el espacio.

Parecería ser entonces, que la obra se da como efecto de la calidad continua del movimiento. Aunque decir “continuo” o “que el movimiento no se corta” me resulta insuficiente para describir cómo, el hecho de que no haya cortes en el movimiento durante el tiempo de su duración, genera una suerte de hipnosis. Mis ojos, imaginación, mi respiración, los oídos son tomados…

Acá, un pequeño paréntesis. La calidad del movimiento emparenta el trabajo con la danza clásica. ¿En qué sentido? En que la imagen de liviandad, es resultado de un andamiaje técnico bastante  complejo; la base que habilita un salto cualitativo sobre la percepción cotidiana. Al ver la obra, efectivamente, estamos en otra frecuencia, se huele otro tiempo, la textura de la piel muta.

En eso estoy, cuando me doy cuenta del fastidio que me da, que las intérpretes no interactúen entre ellas. Es más, lo estoy esperando como si fuera la consecuencia lógica de que haya dos intérpretes en escena. El dos es la base del diálogo, en cualquiera de sus formas, sentencio. Sin embargo nunca sucede y mi expectativa frustrada busca la manera en que podría suceder: un toque, una mirada, una palabra inaudible. Nada. Llego a la amarga conclusión de que los cuerpos que pertenecen a esta escena nunca se van a comunicar, y lo que es peor, nunca podrían hacerlo, ya que no están representando esta imposibilidad, son la imposibilidad. Cuerpos afásicos que no pueden producir o comprender el lenguaje. Melancolía sin fin.

Quizá la clave de la obra se encuentre en esta pérdida. En la falta de una acción que comunique, que interrumpa al movimiento para decir “Hola” o “Me mareé, ¿vos también?”. Creo que El Abierto podría durar infinitamente; acaso en algún universo paralelo lo siga haciendo.

 

Corte a: Bestia Negra.

¿Por dónde empezar? Describir la puesta en escena, cosa que he intentado varias veces, no tiene mucho sentido. Puedo decir, sí, que el espacio está casi completamente a oscuras cuando empieza la obra; que las proyecciones en blanco y negro proyectan formas, líneas, texturas de algo que no se qué puede ser y no sé si me importa tampoco. Escucho frases en español y en francés en diferentes partes del espacio, me pregunto dónde está la intérprete y cómo será el espacio cuando se prendan las luces, ¿es tan largo como suena? Por fin veo algo que puedo distinguir: manos. Manos en poses bellísimas con una cabeza que podría o no pertenecer a la misma persona.

La sensación es un poco estar pestañeando, un poco estar recordando, un poco estar quedándome dormida en el cine. La noción de tiempo se vuelve difusa, las imágenes se interrumpen y sorprenden. Lo fragmentario, en su simultaneidad y yuxtaposición, va generando una especie de intercambio perceptual en el cual un medio remite al otro: el espacio parece un dibujo, el cuerpo, que en escena está condenado a aparecer entero, está dividido en planos detalle; las imágenes bidimensionales cobran volumen. Nada es lo que parece, literalmente.

La obra se configura a partir de un principio de recorte y zoom. Toma un detalle del material y lo agranda de modo tal que, al perder contexto, pierde su identidad, lo que lo hace ser. En esta operación, surge la pregunta por lo específico, se develan posibilidades o potencias latentes. La voz de la intérprete, por ejemplo, genera imágenes espaciales al estar doblemente recortada: de su fuente sonora y del espacio. Pequeños fragmentos de voz se escuchan ¿a la derecha? ¿a la izquierda?, ¿más acá?, ¿más allá?.

Al mismo tiempo y como efecto de esta operación, la nitidez se vuelve imposible, la definición se reconfigura tanto y tantas veces que se convierte en pregunta, por ejemplo por el dispositivo. Una voz sin imagen ¿es radio? Un cuerpo que habla ¿es teatro? Una imagen en movimiento ¿es cine? Es decir, ¿es solamente eso? ¿puede ser otra cosa? Qué nombre, qué palabra le podría asignar a lo que excede a la definición sobre el dispositivo, en este caso. En el mismo momento en que encuentre esta palabra, que fije sus límites, su excedente rebalsaría.

El tiempo que duró la obra, luché por ver algo, por formar una imagen que nunca se completó. La obra se me escapaba y me empezó a angustiar no solamente la sensación de incompletud, sino que fuera tan palpable. Recuerdo ver las líneas que marcaban las costuras en el vestuario transparente y pensar con tristeza que su cuerpo nunca estaría entero.

Para tranquilizarme pienso en la relación entre la parte y el todo al cual esa parte por definición pertenece. Si en Bestia Negra, todo se fragmenta, ¿cuál sería la instancia previa, la completud de la cual los fragmentos se extraen?

 

Entra Mishima.

En su ensayo El Sol y el Acero, Yukio Mishima[2] intenta encontrar el punto en el cual la realidad aprehendida a través de la palabra y la realidad aprehendida a partir del cuerpo, se encuentran:

El vacío de la acción que puede durar eternamente esperando un absoluto que tal vez nunca llegue es la verdadera tela sobre la que se pintan las palabras.
Las palabras, las habladas y las escritas han logrado el término. Mediante el acopio de esas realizaciones,
rompiendo en un instante con el sentido de lo continuo en la vida, las palabras adquieren cierto poder.

De esta manera acaso pueda poner en relación al Abierto y Bestia Negra como las dos instancias que describe Mishima: antes y después del lenguaje. El Abierto sería lo continuo que Bestia Negra desintegra. Sin embargo estos dos momentos que Mishima instala como opuestos, en las obras encuentran un punto en común: el cuerpo de las intérpretes y el espectador. Ambos comparten la ubicación central en el espacio, como centro de la imagen que forman y como lugar ideal de expectación. Ambos intercambian imágenes, palabras, sensaciones, recuerdos, ideas, emociones aunque este intercambio no pueda ser realizado en voz alta. Ambos se encuentran en el movimiento imaginario que las obras habilitan, en el residuo, en lo que queda después de haber recuperado las sensaciones percibidas y  las palabras pronunciadas[3].

 

NOTAS

[1] Ana MacMullan, Samuel Beckett como director, el arte de dominar el fracaso.  https://cuadrivio.net/samuel-beckett-como-director-el-arte-de-dominar-el-fracaso/ 

[2] Yukio Mishima fue un novelista, ensayista, poeta y critico japonés del siglo XX.

[3] El sol y el Acero, p.7

 

 

Este comentario fue escrito a partir de mi asistencia a El Abierto en la función del Festival de  Danza el 11/10/2018 en la sala Alberdi del Centro Cultural San Martín y a Bestia Negra el 21/10/2018 en el teatro Payró.

 

EL ABIERTO 

Intérpretes: Natalia Jorquera, Maria Kuhmichel / Material Coreográfico: Natalia Jorquera, Mailén Braverman, Maria Kuhmichel / Material Sonoro: Gabriel Paiuk, Timoteo Padilla / Iluminación, Arte y Visuales: Julieta Álvarez  / Fotografía y Video: Patricia Bova / Diseño Gráfico: Bruno A. Comas / Asistente de dirección: Ula Liagaité / Dirección general: Viviana Iasparra

 

BESTIA NEGRA

Intérprete: Magalí del Hoyo /Escenografía: Michelle Krymer, Marcos di Liscia, Julieta Alvarez/ Sonido: Gabriel Paiuk/ Diseño y operación de visuales: Patricia Bova / Fotografía: Nacho Iasparra / Textos: Magalí del Hoyo, Viviana Iasparra /Asistencia de arte y vestuario: Julieta Álvarez / Diseño Gráfico: Andrea López / Material coreográfico: Magalí del Hoyo / Asistencia de dirección: Natalia Jorquera, Sebastián Valdéz / Asistencia técnica y luces: Lucas Orchessi / Coach vocal: Celia Muggeri / Producción:  [la oTra] Compañía de Baile / Asistencia de producción: Johana Sanchez / Autoría y Dirección General: Viviana Iasparra

 

Bel Eiff

Nací en julio de 1986 en Buenos Aires. Me mudé muchas veces. Estudié en la UBA y me recibí. Trabajé en diferentes lugares. Me encanta la danza. Amo esta revista. 

 

 

 

 

 

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