La sensación de sumergirse en un universo onírico. Color dorado. Una de David Lynch.
La lengua es un solo en el cual la intérprete nunca está sola. El lenguaje que construye, desde un gesto simple al comienzo que va aumentando en complejidad e intensidad hasta llegar a una frecuencia que te deja pegado al asiento como una acelerada a fondo, llena el espacio con una especie de diálogo ininterrumpido y esquizofrénico. Lo llena de presencias a las que la luz les da cuerpo, literalmente. Hay algo de entrañable en estas presencias que desfilan por la obra. Y algo de amenazante también.
La lengua se impone, el lenguaje acosa permanentemente al cuerpo, lo violenta. Siempre hay tensión, lucha, a veces una complacencia un poco irónica que causa risas en el público y descomprime; volvés a sentir tu cuerpo como si llegaras de nuevo y te sentaras, solamente unos segundos, para que la frecuencia vuelva a subir…
El sentido es elusivo siempre, siempre se escurre, de eso se trata La lengua. La lengua no para, el músculo trabaja incansablemente, siempre dando pasos en falso, encandilándose, quedándose a oscuras, ilusionándose con todo lo que reluce, y al final, volviendo a quedarse a oscuras.