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Martes, 28 Septiembre 2021 11:57

un frágil venado en la tormenta

Otoño, frío. La instancia de escritura en esta casa está atravesada por un silencio que lo colma todo de fragilidad. No sé si atribuírselo al cambio de estación o al frío que hace que las cosas se perciban más quietas y a la vez tan punzantes. Tal vez sea eso; ah cierto: además se me están cayendo hojas. 

Fui a ver la semana pasada Notas para la montaña, de Gustavo Lesgart y Quío Binetti. El contexto previo ¿es necesario en esta noche? ¿decir que me vi con Maya y Pablo, que tomamos una birra, que le hicimos perder tiempo a la señora que nos atendió en la caja del San Martín, lo digo? ¿para qué? Si algo aportara a la trama de esta breve red de palabras sería para decir que mi yo espectadora estaba relajada, disfrutando, contenta de ir a ver a Quío bailar. Y como me interesa pensar qué hago hoy, exactamente una semana después de haber ido a ver la obra, escribiendo desde un estado totalmente diferente por el que fui atravesada en ese momento me pregunto ¿de quién es entonces la mirada en esta escritura? 

Creo que quien es escribe es más bien el eco que resuena y ahora en este silencio se amplifica mucho más. Este eco trae imágenes de la obra y parece decirme Nunca pensé que el mundo de las formas iba a conmoverme tanto. Es el mismo eco el que evoca la escena:  tablas de madera apoyadas en una pared semicircular, un ventilador, dos caballetes, un piloto de plástico azul transparente, el proyector, las bolsas. Todo está presente en la escena, los objetos aguardan el momento de pasar del mundo de lo estático para ser devenires que realizan acciones y conmueven. Entonces ella.

Ella camina, lleva tablas de un lado a otro, observa, mide, vuelve a modificar el orden de las cosas disponiendo las tablas en diferentes lugares. A medida que altera las relaciones entre los objetos el mundo de las formas se presentifica. Ya no puedo ver más que montañas en todos lados. Como si la fuerza del paisaje se trasladara a los objetos porque hay una imaginación que evoca esa fuerza y la hace visible.

La música es una atmósfera sonora que envuelve, es un viento suave, es también silencio. A su vez empieza a tomar una dimensión diferente al pasar de la materialidad de la grabación al cuerpo mismo de Quío o de los objetos. La música son también sus pasos, es el ventilador y el piloto azul danzando con ella y el viento. 

¿Y qué decir de ella, la que teje y desteje esas relaciones entre los objetos, la que como una niña que juega en soledad arma y crea mundos posibles para destruirlos también? Quío con su rostro apacible y relajado, intenso, me lleva a pensar en la fortaleza de la fragilidad. De su bolsillo extrae un pequeño venado. Lo coloca sobre una de las tablas y ésta a su vez sobre el caballete-montaña. Luz, proyector. Desliza las tablas, el venado asciende la montaña. De las bolsas ella arroja sobre el venado la nieve. Primero con sus manos, una nieve contemplativa, calma. Finalmente la tempestad, hasta que el venado cae. 

La potencia de ese pequeño venado y de Quío en la soledad de la montaña, de ese paisaje, me llevan a escribir ahora: la belleza de lo pequeño y simple también es la belleza de lo frágil. Atravesar una tormenta y ser ese venado que cae; en eso radica la fortaleza: dejarse atravesar, dejarse caer.

Con la caída no hay linealidad ni retorno a lo cíclico: el caos empieza a devorar la escena. Como si la irrupción fuera la lógica de la obra, o más bien la lógica de una tormenta: por momentos el viento, por momentos la nieve, por momentos el derrumbe.  

Si hasta entonces ella había dispuesto los objetos de diferentes maneras y los había atravesado y tocado con sus gestos de ritual y juego, ahora el caos-tormenta empieza a tomar la escena de su cuerpo. No hay separación entre el exterior y el interior; adentro y afuera son una misma cosa. En cuatro apoyos avanza y sus movimientos son cortados, secos, breves. Se desliza y atraviesa las montañas. Se vuelve parte del paisaje hasta ser devorada por la trinchera final; una estructura que ya no es ni caballete ni montaña nevada: son los picos escarpados, las lanzas. 

Rememoro una semana después y evoco la imagen inicial de la obra y la disposición ordenada de las cosas; la contrasto con la que quedó al final: un pequeño caos, la tormenta, el vendaval que arrasó. La nieve. La destrucción. Y no fue necesario gritar ni romper ni violentarse. Lo sutil también es potencia, fuerza, y destruye. Un pequeño caos, un pequeño venado interno. De la verticalidad del comienzo, del estar en pie, hasta el arrastrarse y ser parte de esa cueva punzante: la obra es una caída que se despliega. 

No se vuelve a ser la misma después de una tormenta.

 

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Comentario escrito a partir de haber asistido a la función del día jueves 16 de mayo de 2019.

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Ficha artística

Dirección: Gustavo Lesgart / Intérprete: Quio Binetti / Música: Diego Vainer / Escenografía: Mariana Tirantte / Iluminación: Paula Fraga / Vestuario: Cecilia Allassia / Asistencia de escena: Lucía Giannoni / Asistencia de producción: Andrea Lucía Vergel / Fotos: Ariel Feldman / Texto del programa: Jorge Zuzulich / Prensa: Cecilia Gamboa.

Ph. Crédito de la imagen: Dreaming, ilustración de Urszula Basińska

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