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Viernes, 24 Febrero 2023 14:33

La caída de algún imperio

Allá por el 2013 la obra El ocaso de la causa (dirección de Caterina Mora) ya adelantaba que “la caída es un invento del planeta tierra”. Recuerdo vagamente que la caída se pensaba en relación a la fuerza de gravedad y cómo opera esa fuerza sobre nuestros cuerpos. La caída es relacional, se percibe en relación a otra cosa o cuerpo: si caés sola, es probable que no te des cuenta nunca.

Casi por el mismo año (2012), Marina Otero estrenó Andrea, la primera de una serie de obras que acarician la autobiografía y la ficción, invitándonos a caer con ella. La caída es un invento nuestro, y afirmarlo es una manera de estar en el mundo. Afirmarlo en escena es una manera de relacionarse con otras personas que estén dispuestas a caer.

Con Marina caemos todas, y yo caí esta última vez asistiendo a ver Fuck me, la anteúltima obra que dirigió. La obra es una misa del derrumbe, de las miserias, de la autoproclamación sin ecos, la auto-exhibición pornográfica. Pero, ¿qué opera en nuestros cuerpos, además de la gravedad, en ese caer?

Hito Steyerl (1) nos dice: “mientras caes, tu sentido de la orientación podría empezar a engañarte. El horizonte se agita en un laberinto de líneas que se desploman y pierdes toda conciencia de qué es lo que está arriba y qué abajo, qué viene antes y qué después, pierdes conciencia de tu cuerpo y tus contornos”. Si perdemos nuestros contornos, nos podemos fundir con otrxs y si perdemos el horizonte, habitaremos una vertiginosa libertad.

Marina abusa del recurso de la selfie y creo que ahí hay algunas pistas para entender la caída, o bien una nueva referencia (una nueva altura) desde dónde ubicarse para caer. Lo autobiográfico en este siglo está muy mediado por el recurso de la selfie: un encuadre en donde lo único que podemos distinguir es el eje mano-brazo-cara-resto del cuerpo y el fondo queda en segundo plano y es muy difícil distinguir un horizonte estático. 

Fuck Me está compuesta por cinco bailarines hombres de cuerpos desnudos (Augusto Chiappe, Juanfra López Bubica, Fred Raposo, Matías Rebossio, Miguel Valdivieso, Cristian Vega) y ella. En la escena más inquietante de la obra, se proyecta un ensayo filmado con este recurso de “selfie”. Los cinco chongos/bailarines se van pasando el cuerpo de Otero de mano en mano y ella feliz se deja manosear, sonriendo siempre a la cámara. Vemos en primer plano la cara de Otero y por detrás se alborotan los contornos de sus chongos, el fondo, el horizonte, la sala de ensayo, el suelo, las paredes, los cuerpos desnudos, etc. 

 

Esta escena rebalsa de violencia explícita, o bien del grito de una mujer disfrutando de su cuerpo. También vomita carne en escena y desplaza todo lo que creíamos sobre el poder de decisión sobre nuestro propio cuerpo. Pero es posible que una de las potencias de este recurso descanse en el horizonte agitado y borroso de la filmación. Es aquí donde me quiero detener.

La observación no es estable, no tiene una perspectiva fija, no hay un horizonte (escena) a contemplar, sino que me zarandeo con vértigo, hiper-afectada por la carencia total de estabilidad en ese plano. El horizonte se agita y aparece una nueva manera de caer.

Si la caída es relacional, Otero nos invita a habitar perdernos en nuestras propias referencias, porque es imposible perderse sola. También nos invita a flotar con ella.

Caer es la acción con la que me quedo del lenguaje de Marina. Caer como propuesta, como manera de relacionarse con otrxs, como diálogo posible. Caer como una libertad espantosa, pero también como gesto desterritorializante. Caer entre muchas o flotar de vértigo con mis amigas, ¿caer en relación a qué? Agitar los horizontes.

 

Texto a partir de la función de Fuck me dirigida por Marina Otero en el Festival de Otoño, Sala Verde, Teatros del Canal (Madrid, España). Miércoles 16 de noviembre de 2022.

 

Notas. 

(1) Steyerl, Hito “Los condenados de la pantalla”, Caja Negra: Ciudad de Buenos Aires (2014). 

 

 

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