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Lunes, 15 Enero 2024 15:00

Hagamos pogo: una danza de colisión

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Biagi, Ana (2024) Hagamos pogo: una danza de colisión. Cuadernosdedanza.com.ar ISSN22508708. Publicado: 15 de enero. 

Con algunos desvíos y tropiezos estoy leyendo Postpunk de Simon Reynolds. En mi adolescencia tuve una relación con el punk rock. No era una relación que definiera mi imagen, ni se trataba de autoproclamarme punk; pero sí tenía un lazo entre íntimo y simpático con su música y una sensación de encanto por lo que había en el fondo. 

 No resulta una extrañeza ser punk en la adolescencia cuando, en ese momento, la vida se arma sobre la base de formaciones reactivas a lo dado y, en ese clima de efervescencia hormonal, el punk era una alimento delicioso para idear rupturas, elaborar imaginariamente mundos románticos e inadaptados, estar rotx y encontrarse incómodamente bien con eso.

Los recitales y festivales punk que viví no pueden ser descriptos como esa fiesta estética que hoy veo en las fotos de los ´70s, no me deslumbraban con esas ropas, peinados, accesorios y maquillajes; pero sí tenían el estilo y la impronta de una ciudad de la provincia de Buenos Aires en los ´90s/2000, con muchas remeras negras, varios alfileres de gancho en la orejas, algún tipo de cuero y un amor genuino por los Ramones.

 

Un impulso hecho de rechazos

Cuando googleamos la definición de pogo aparece entre paréntesis la palabra baile y se lo caracteriza como saltar hacia arriba repetidamente, siguiendo la música, como se hace en los conciertos de punk rock. Existe un mito sobre el origen de este baile que involucra a Sid Vicious integrante de Sex Pistols. Vicious solía comentar que empezó con el pogo (mosh pit) porque odiaba a un grupo de personas que asistían a un Club de Londres; debido a este rechazo inventó un baile que le permitía empujarlos, saltar hacia arriba y hacia los lados, caer sobre ellxs y tirarlos al suelo. 

La repulsión, entonces, podría ser el drama que cimentó un baile. Un baile, una corporalidad situada, una coreografía internalizada sin estudio, como si en ese bailar sucediera la excavación de una información secreta que habita en los huecos del cuerpo. ¿Podría ser el pogo una versión irreverente de la danza? Hagamos temblar todas sus representaciones.

El movimiento/género punk tiene ese interjuego particular en el que coexisten una simpleza aparente con una complejidad que nuclea todo lo que toca; ahí descansa ese encanto. Si me propongo desarmar su ipuedo desglosar cada partecita de esa simple conformación para encontrarme con tiempos, espacios, direcciones, dinámicas, pesos, tonos musculares. Me pregunto cómo podría ser su notación, qué signo le corresponde al rechazo, qué dialéctica puede establecerse entre el pogo y las ecuaciones que calculan las trayectorias de los cuerpos cuando chocan. 

 

“Nuestros cuerpos desplazan el espacio, se mueven en el espacio y el movimiento en el espacio existe dentro de nosotros”
Rudolf Laban

El pogo festeja un contrato implícito entre el cuerpo y el espacio en el cual los bordes del cuerpo y los contornos del espacio crean una posibilidad, la de una piel agitada y una complicidad para el enfrentamiento, para entrar en una disputa del territorio que reclama segundos de conquista. Y, si se trata de quedarse paradx detrás, bailando en la quietud, un pogo es capaz de acumular todos los gestos que van desde los espasmos más sutiles hasta temblores, sacudimientos y rebotes electrificados.

Una de las protagonistas de este baile es la lateralidad. Los cuerpos tienen una conciencia magnificada de su lateralidad, izquierda y/o derecha, de la preponderancia de sus hombros cuando el cuerpo rota  y de la direccionalidad de las caderas en el traslado espacial. Un registro sensible de la presión y los empujes, que conduce a poner las manos en la posición justa como airbags entrenados para recibir el impacto de la carne y al mismo tiempo ofrecer la fuerza suficiente para concretar un rechazo exitoso. El choque de un cuerpo es la meta y el puente para chocar con otros cuerpos. 

La colisión es el acontecimiento. El encuentro repentino de dos cuerpos, que ejercen una fuerza entre sí en un intervalo de tiempo relativamente corto. La fricción es una acción secundaria pero sustancial, las ropas intervienen como cuerdas para vincularse en la acción, la transpiración confirma el acceso a un estado, húmedo bien húmedo y fundido en un todo o nada. Hay elevaciones, algunas leves y otras desbocadas. Se pueden dar situaciones de choque con partenaire, aquel o aquella que en un registro intuitivo toman el rol de catapultar a otrx hacia la suspensión triunfal sobre los demás cuerpos.

¿Cómo se distribuye la proporción  de placer y de dolor en este baile?

La pista de pogo es una mecedora furiosa que por momentos reproduce un vaivén acompasado y por otros reafirma una falla que no resulta disarmónica. Puede haber una falla en el unísono si la adrenalina provoca un movimiento fuera de tiempo tanto como en los niveles, si el salto sobresale en altura respecto  de los otros cuerpos. Es en la falla de amortiguación donde se encuentra más dolor que placer. 

Cada choque condensa una pérdida y una ofrenda. Lo que en este baile asumimos como pérdida va a estar dado por lo que podemos ofrecer en ese cruce con otro cuerpo. Cuánta energía cinética dejamos en el encuentro, cuánta absorbemos, cuán plástico es nuestro cuerpo para tomar aquellas formas que proponen otros cuerpos, cuánto placer queremos experimentar en ese rebote, cuánto dolor pueden acumular los músculos. 

La danza tiene haceres que se mueven en secreto, como si nos dijera: yo estoy en todas partes. Cuando observo las prácticas que suceden en estos espacios específicos, no puedo dejar de notar que esos cuerpos están bailando, saben la coreografía y también están improvisando movimientos. Y si le preguntamos a una persona qué estuvo haciendo en un recital, nos dirá que estuvo metidx en un pogo y allí tendremos la posibilidad de escuchar que estuvo metidx en un baile, en una danza de colisión.

 

Ana Biagi

Puedo empezar diciendo que soy bailarina y psicóloga y que durante mucho tiempo pensé que una anulaba a la otra. Hoy me animo a decir que una no existe sin la otra. Siempre están moviendo-se. 

Me encanta observar y desmenuzar escenas, las artísticas y las psíquicas. Cuando escribo, algo de esa síntesis aparece. Pienso en la escritura como una performance de las palabras. Mi cuerpo es mi manera de conocer y el que me trajo hasta acá.

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