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Jueves, 22 Junio 2023 19:48

Lago. Un desenfoque narrativo

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Laria Rocio (2023) Lago. Un desenfoque narrativo. Cuadernosdedanza.com.ar ISSN22508708. Publicado: 22 de Junio

Tuve la fortuna de asistir al ensayo general de Lago de los Cisnes en el Teatro Colón. Mientras afinaba la orquesta, y se cruzaban saludos tertulianos, miraba la sala llena y me preguntaba qué mirada se pone a disposición cuando se va a ver ballet, en qué o dónde se posa, cuando se está frente a una puesta tan tradicional, tantas veces vista, bailada, ensayada. ¿Es una mirada políticamente correcta, que se detiene en la interpretación? ¿Una mirada clínica que observa las líneas del cuerpo de baile? o ¿ una mirada frívola que mora en los tecnicismos? Ayer se me escapó, en esa línea, un pensamiento: "un tour perfecto” pensé, y al instante me di cuenta de que no era necesario. Este tipo de pensamientos intrusivos aparecen sin querer, debido a que la vivencia corporal del ballet es muy pregnante y es imposible quitarnos la sapiencia de la dificultad que implica bailar y, en consecuencia, no emitir juicios de valor ante la ejecución de ciertos pasos. Sin embargo debo decir que ayer, en el preestreno de Lago, estrené una mirada nueva.

Pasaron seis o siete años desde que cerraron la Sala Ginastera del Teatro Argentino de La Plata y la misma cantidad de años que el hermoso cuerpo estable de bailarines que tiene el Teatro Argentino, no repone y estrena un ballet de repertorio completo. Viviendo en La Plata, hacía años que no veía el Lago, en vivo . Por lo que, por supuesto, fui con la certeza de la emoción. Y allí estuvo, claro. Cómo no estremecerse en el preludio, con el timbre ingrávido del oboe inundando la sala, advirtiéndonos de los peligros que conlleva creer en la inocencia del amor. La genialidad de Tchaikovsky para orquestar la tragedia y dejarla allí, como una profecía inquebrantable, sobrevolando la impotencia del divertimento y el aburrimiento de un príncipe que lo tiene todo. Eso me pasó. Me emocioné, a la vez que contemplaba la obra con desenfoque capussoteano. Se me escapó una risa cuando Siegfried subió la cornisa para tirarse al vacío. ¡Paraaa! ¿No intentaron hablar primero? Nobleza obliga, Odette, si el tipo no puede diferenciar entre blanco y negro, entre dulzura y manipulación, salí de ahí amiga. Dicho esto, estamos en el final de la obra. Me gusta esta reposición en que, en el cuarto acto, los pequeños cisnes, aparecen de negro. Pienso que propone algo muy potente. Entre la bandada de cisnes blancos, los cisnes más pequeños se han oscurecido. Como si algo hubiera sido contaminado y ya no fuera posible discriminar entre lo puro y lo impuro, entre el bien y el mal. Algo fue alterado para siempre, el patógeno ingresó por la parte más débil y vulnerable. Un mensaje ecológico. La consecuencia de una intrusión irreversible por parte de la emoción humana, en un ecosistema que antes funcionaba, con sus propias dinámicas de luz y oscuridad, hasta que la colonización sentimental produjo profundos desequilibrios en los cuerpos.

El final épico del doble suicidio es un montón, pero bueno supongo que si no lo fuera, no seria épico. Lo que mas me atrapa de la historia es todo lo arquetipico que se desprende alrededor del alterego que es Odile, el cisne negro. Es el contrapunto interesante, alguien que propone otra cosa, movimientos filosos, fugas odiosas, la burla cruel. Es innegable el magnetismo del personaje, siempre que esté bien interpretado claro, ningún guión puede convencernos por sí solo. Pienso que su figura guarda relación con la duplicidad oscura y húmeda que aparece en la serie de Netflix, Stranger Things, y que amenaza a todo un orden que en la ordinariez de la tranquilidad, construye una felicidad fingida.

Me preguntaba también, qué tipo de fuerza, qué necesidad es la que tracciona la unión entre Odette y el príncipe. Se me ocurre una hipótesis: el ferviente deseo de hacer algo con sus aburrimientos. También el de emanciparse: el huevón del príncipe, de su madre y el cisne, de Von Rothbart, el brujo que las tiene re cagando. Así se va todo a la mierda. Flashean amor. Flashean traición. Flashean sacrificio, y finalmente se suicidan. De nuevo ¿Por qué? No tengo la menor idea. Quizás eligen entregarse al delirio de una fantasía para la cual son perfectos el uno para el otro, antes de conservar sus existencias amarradas a la linealidad del lujo. El amor tiene la potencia de ofrecerles la indigencia que les falta. Desata ese desenfreno que enmascara toda tranquilidad aburguesada. Juntos representan esa descarga que equilibra las buenas costumbres del reino. Si así fuera, hasta los comprendo. Dejarían ambos de ser los nabos emos de la historia, para convertirse en punkies, una suerte de malformación en el destino de los cuentos.

Los Pas de Deux, son caso aparte, puesto que hablan, para mí, de un reconocimiento filial, de la ternura de un encuentro, de un cariño que brota súbitamente en el claro de un bosque. El resto de los dispositivos que se narran desde las lógicas explicacionistas del amor romántico, el drama y la tragedia ya no tienen en mí, acaso en nosotros, los mismos efectos que antes. Así es como todo aquello dejó de ser la parte central de la historia y la más conmovedora. ¡Qué alivio de desplazamiento!. Pero, y entonces, ¿qué nos queda? ¿Qué nos queda para ver en obras como estas, basadas en relatos a punto de claudicar? Quizás ejercer una mirada desenfocada puede arrojarnos algunas pistas. Según Walter Benjamin, la mirada desenfocada es una forma de resistencia frente a la estandarización de la experiencia perceptiva en la sociedad de masas. Nos habilita a dejarnos sorprender por nuevas perspectivas. Descentralizar los objetos, abandonar y desenredar la jerarquía que los empasta para acceder a la integralidad del paisaje. Se accede a ella retirando la retina y, a la vez, creando, como espectadora, junto a  lo que está sucediendo. Al fin de cuentas, nadie se baña dos veces en la misma historia, ¿o si?. En todo caso es una decisión, una (im)postura deseable, puesto que, siendo parte necesaria del acontecer artístico, el espectador no puede renunciar a sus coordenadas políticas, enquistadas, dinámicas o lúdicas. Mejor entonces, que las miradas sean sesudas, divertidas, siempre activas.

 

Rocío Laria

Terricola empedernida. Bailarina proletaria, poeta del más acá. Amante convencida. Soy el laberinto que atraviesa mi cuerpo. Bailo y escribo como acto político, como un ejercicio vital, como una reacción ante el quietismo y un guiño al silencio. Los textos que brotan son señuelos difusos, secuelas de este habitar sensible, perforado por lanzas de las preguntas.

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