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Eiff, Bel (2024) 1 de febrero, 2024. Cuadernosdedanza.com.ar ISSN22508708. Publicado: 9 de febrero.
Pasó una semana desde el 24 de enero, día en que fuimos a la multitudinaria movilización en contra del gobierno. Esta vez llegamos al Congreso después de nuestro horario laboral, cuando el sol había bajado. Ezequiel (mi pareja) y yo, caminamos por la avenida Rivadavia y al llegar a Callao se nos empezaron a caer las lágrimas. Desde donde estábamos, los efectivos de la policía, prefectura y gendarmería parecían superar en número a lxs manifestantes y se estaban preparando para reprimir: la tensión se sentía en el aire.
U-ni-dad de los trabajadores
Y al que no le gusta
Se jode
Se jode
Entonaban las agrupaciones, dentro del cordón policial que lxs rodeaba, conformado por policías jóvenes, sin armas, que se miraban entre sí, un poco confundidos, un poco asustados también. Mientras dos chicas del MST(1) le cantaban a todo pulmón a dos efectivos en la cara, me ví del otro lado del cordón con la gente de prensa, personas autoconvocadas, transeúntes que filmaban, una señora que caceroleaba sin descanso, varias chicas con pecheras del Comité Nacional para la Prevención de la Tortura y otras personas pertenecientes a organizaciones de defensa derechos humanos. Pensé en lo miedosa que soy y en lo poco que me gusta llamar la atención en estas situaciones. Pensé, también, en escribir. Es lo único que se me ocurre hacer.
Recordé una conferencia de Lucrecia Martel que leí hace un par de semanas donde hablaba de lo importante que es crear relatos que organizan y dan vida al territorio propio frente a la des-territorialización que impone el Mercado. La principal particularidad del Mercado es su ser global. La mayor fortaleza que tenemos en tanto individuos, espectadores, consumidores, ciudadanos o vecinos es que tenemos un territorio. Un territorio donde nos cruzamos. Y la ficción, en sus múltiples versiones, desde las noticias hasta las películas y la literatura, es lo que da organicidad a ese espacio (2).
Un espacio que no se erotiza, que no tiene historias, que no se empapa de sentimiento, es un espacio que no se defiende.
Ay policía que vida elegiste vos
verduguear a la gente es tu vocación
Cuatro policías en moto esperaban que sus co-pilotos, cuyas manos sostenían escopetas de balas de goma, montaran detrás. No podía dejar de mirar esas armas de caño largo, cuyo daño, si bien “no es letal”, es evidentemente alto y peligroso. El RUN RUN de las motos, los lentes negros, el chicle en la boca, todo era la imagen de la provocación. Hasta el lujo de los uniformes, los escudos, los cascos, los palos brillantes, contrastaba con las musculosas transpiradas, las ojotas y los shortcitos de quienes reclamaban con banderas, carteles y brazos entrelazados.
matar a la gente pobre es tu profesión
y así brindarle a los ricos la protección
Decidimos alejarnos de ahí, la prefectura marchaba en líneas de dos en dos por la vereda rodeando a lxs manifestantes por la avenida Rivadavia, las camionetas de la gendarmería habían empezado a avanzar y a abrir sus puertas para dejar bajar a más efectivos con escudo y casco. Los motopolicías habían arrancado para rodear al mismo grupo, pero por la espalda.
ya vas a ver
las balas que vos tiraste van a volver.
Caminando en dirección opuesta a la concentración policial, escuché esta canción por primera vez. La melodía es de “Y dale alegría a mi corazón”. Nos quedamos un rato largo. Mientras cantaban, lxs miembros de las agrupaciones le iban ganando centímetros de calle a la PFA (3). Ahí, los efectivos eran adultxs y estaban un poco más dispersxs entre sí, ya que el foco del operativo no había llegado hasta la zona.
El número de manifestantes no era tan grande, quiero decir, nada justificaba la cantidad de policías, gendarmes y dispositivos de control. Al dar la vuelta a la plaza, una señora nos contó que tanto la asamblea barrial de la cual formaba parte, como las demás, se habían acercado al Congreso muy prolijamente, por la vereda. Nos comentó que habían echado a varios infiltrados -uno vestido de ex combatiente de Malvinas- que buscaban arengar y agredir a la policía, nos hizo el gesto de cómo los fueron sacando.
La señora nos estaba contando que ya se iba, cuando se escuchó el primer disparo y vimos a la multitud que estaba en la calle, subir corriendo a la plaza.
Sonó el segundo disparo.
El tercero.
Me gustaría poder describir más cosas, pero sólo pude atender al sonido.
Al cuarto disparo, Ezequiel me dijo: Vamos.
Escuché a alguien hablar de un herido mientras nos alejábamos caminando. Algunos se dispersaban, otros corrían a asistir a quien lo necesitara. Esto recién empezaba.
Nos encontramos de nuevo con los motopolicías cargando sus armas. RUN RUN.
Los rodearían por el otro lado. RUN RUN.
Sonreían. RUN RUN.
Hasta la vista, baby.
Dimos la vuelta al Congreso por detrás, donde encontramos un vehículo-tanque de agua para abastecer los camiones hidrantes, otro colectivo de la policía, y, cuando llegamos a Rivadavia, un vehículo tipo container que pertenecía a “Inteligencia”.
Mientras caminábamos a casa con el corazón estrujado escuchamos las sirenas de los camiones hidrantes que avanzaban. El resto, lo vimos por la televisión.
A una cuadra del Congreso, la gente tomaba café, compraba en los kioscos, sacaba a sus perros a pasear. La vida en la ciudad parecía seguir como si nada.
Notas
1. Movimiento Socialista de los Trabajadores
2. Martel, Lucrecia. “Territorios Transitables”, pp. 67-76, en Estéticas de la dispersión, Comp. Franco Ingrassia. Disponible en https://www.mediafire.com/folder/iub569u4oyj4j/est%C3%A9ticas_de_la_dispersi%C3%B3n?utm_source=substack&utm_medium=email
3. Policía Federal Argentina
