Andando el camino circular y eterno nos encontramos durante la obra.
Empezamos por verlas caminando sin parar, de diversas formas, pero sin avanzar. Transitan distintas calles, senderos, cauces, trayectos, empedrados, embarrados. Pero sin avanzar. Sin parar. La caminata las transforma constantemente. Una por sobre otra, otra por sobre una. Las intérpretes no se agotan, no se tocan, no avanzan, no compiten. Solo caminan, sobretodo caminan.
Paisajes visuales y sonoros nos acompañan.
Testimonios ajenos a la escena intervienen. Nos cuentan de ellos. Nos llevan a entender quienes son ellas. Ellas somos nosotros. Ellas son lo otro que somos todos.
Simples cuestionamientos aparecen. Arrojados, como frases simples de un diario intimo.
La voz de ellas, la voz de los otros.
Siempre estamos todos ahi, somos parte. Una danza no sofisticada, una danza orgánica, justa para cada momento escénico. Cada danza nos cuenta el sentir de la escena que componen.
Ellas se visten, se desvisten, con su ropa, con la de todos, con las de ellos.
Por momentos internos, abstractos, por momentos citadinos y cotidianos. La danza del cotidiano, de los gestos, de nuestros personajes, nuestras defensas, nuestros moldes. Pasando por cuestionamientos. De los más simples. Esas simples preguntas que desarman, que expanden.
Ellas son la sensación de la escena que plantean. Nos llevan del caos, al mareo cotidiano, representando el mundo interno. El mundo interno y externo son los mismo. Se mueven juntas a la par.
La esquizofrenia del mundo en que vivimos, sus ritmos, violentos, acelerados, demensiales, aun con lugar para el amor, que es lo que salva, lo que contiene, lo que encausa.
El honesto apoyo en nuestra transparencia.
Un texto para: Camino / Dirigida por: Roxana Galand