Esa frase me la dijo en una clase mi maestra Carla Di Grazia. La oración fue más o menos así, o así la reconstruí yo, así se imprimió en mi memoria y en mi manera de pensar con el cuerpo. Estábamos trabajando la fuerza, los puntos de tensión corporal, cómo regularlos y cómo potenciarlos; pero principalmente, estábamos repreguntándonos sobre la fuerza, la fuerza en la danza, la fuerza en los músculos, en los huesos, nuestro imaginario sobre el término, la distribución caprichosa de la fuerza y el género. Se estaba solidificando una línea de trabajo, una Danza Dura, como se titulan sus clases. Cuando hablamos de fuerza, viene a mi cabeza Pina Bausch y su concepción de la fragilidad como su mayor fortaleza. En este espacio de trabajo de desmantelamiento y reconstrucción que propone Carla, apareció la fuerza como delicadeza y abrió un huequito de intenciones y belleza. Fui alumna de una Escuela de Danza Clásica, fui una “nena de clásico”. Durante varios años tuve una doble escolaridad, la cual vivía con mucha naturalidad, a la mañana la escuela primaria…